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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 173 El fariseo es el representante de los cumplidores meticulosos de la ley, de los piadosos por excelencia. El publicano es el pecador público que no cumple la ley. El Parabolista contrapone sus dos formas de oración. Las características peyorativas de la oración del fariseo son dos: en primer lugar, no pide nada, no hace oración de petición, y, en segundo lugar, se limita a enumerar sus méritos: él ayunaba dos veces por semana, cuando la ley le obligaba a hacerlo una vez al año, el día de la expiación o purifica­ ción. El evangelista no intenta caricaturizarle. Se limita a describirle. Hace lo mismo con el publicano. Las características de su oración son las contra­ rias a las del fariseo: en primer lugar, su oración es de petición: ¡Oh Dios!: Ten compasión de mi, que soy un pecador y, en segundo lugar, no tiene nada que mencionar a su favor. Su único recurso ante Dios es «golpearse el pecho» como señal de arrepentimiento. Lo importante de la parábola es la conclusión final, que es donde apa­ rece su centro de gravedad: Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no (Le 18, 14). La comparación del publica- no con el fariseo se hace de forma excluyeme: uno sí y el otro n o10. No se trata del más o menos, sino del ser o no ser. El término «reconciliación» o «reconciliado» debe entenderse en el sentido de agradable-acepto a Dios, en quien él se complace: Dios encuen­ tra complacencia en el publicano y no en el fariseo. Y la fundamentación nos la ofrece el texto mismo: Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado (Le 18, 14b). Una característica esencial del Dios bíblico y un principio fundamental de su obrar es la elevación del humilde y la humillación del soberbio. La madre de Jesús entendió muy bien esta ley evangélica: Derribó de sus tronos a los poderosos y levantó a los humildes (Le 1, 52). Así actúa Dios en el juicio: al fariseo que se enalte­ ce, el juicio de Dios le humilla; al publicano, que se reconoce pecador, Dios, en su juicio, le colma con su gracia y misericordia. Otra parábola que pretende evitar la tentación de pasar la factura a Dios es la del siervo inútil (Le 17, 7-10). El siervo que tiene un señor trabajando en el campo o guardando sus ganados, ¿es invitado a sentarse a la mesa nada más llegar a casa? ¿No debe servir primero a su amo y, sólo después, cenará él? A sí también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer (Le 17, 10). Probablemente, los destinatarios primeros de la parábola fueron los fariseos. En el contexto actual son los discípulos y, más en concreto, los 10 . Ibid.y 365 .

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