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230 FELIPE F. RAMOS La primera de Juan es el documento cristiano donde mejor se desen­ mascara la falsedad de la religión sin obras de amor (1 Jn 1, 8; 2, 4. 9; 3, 14b. 15. 17; 4, 8; 5, 10). 6.3. Contrapeso a las especulaciones sobre el amor El evangelista «espiritual», tentado de especulaciones teológicas y mís­ ticas, encontró el contrapeso adecuado en la realidad concreta en medio de la cual viva. Las especulaciones sobre el amor deben ser confrontadas con la conducta frente al prójimo. El cristiano que se limita a aceptar unas verdades en el campo de la inteligencia, que reconoce los valores estéticos y morales que contiene el evangelio, que experimenta sentimientos y afec­ tos emotivos, que practica ejercicios devocionales... se queda a medio cami­ no, mientras no llegue a la aceptación del mandamiento que tenemos de Dios: que el que ame a Dios, ame también a su hermano. El autor de la primera de Juan vuelve sobre el tema al afirmar: Todo el que ama al que le engendró, ama el engendrado por él (1 Jn 5, Ib). La afirma­ ción presupone que el creyente ama a Dios como padre suyo que es. Par­ tiendo de ahí es válido el principio que establece ahora: el amor al que engendra, al padre, incluye el amor a los engendrados por él, a los hermanos. Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos su s mandamientos (1 Jn 5, 2). El criterio del amor a los herma­ nos sería el amor a Dios. Se nos dice, al menos aparentemente, lo contrario a lo expuesto hasta ahora: el amor a los hermanos como criterio del amor auténtico a Dios. La intención del autor de la primera carta de Juan se clarifica al añadir: «y cumplimos sus mandamientos». Por tanto, lo que se afirma es que el amor a los hijos de Dios se demuestra en el amor a Dios, tal como se manifiesta en el cumplimiento de los mandamientos. 6.4. Amor y odio La lengua utilizada por la primera carta de Juan no es la nuestra. En ella solamente existen los extremos: el amor y el odio; el que no ama es un mentiroso y, por tanto, pertenece a Satanás; no son tenidos en cuenta otros posibles matices intermedios. Todo el lenguaje joánico se halla marcado por el dualismo, no metafísico sino el dualismo de decisión: uno pertenece a un mundo o a otro, al de la verdad, de la luz y de la vida, por propia decisión. También puede dejar de pertenecer a este mundo y entrar a for­ mar parte del contrario, el de la mentira, de las tinieblas y de la muerte, por propia decisión. O se es de Dios o se pertenece a Satanás, al príncipe de este mundo. No hay otras posibilidades. Tampoco existen otras posi-

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