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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 229 y es así como únicamente se demuestra y se testifica el amor a Dios. No se afirma que no se pueda amar al Dios invisible. Se niega que ame a Dios aquel que aborrece a su hermano. El amor a Dios se da únicamente en la solidaridad humana y no fuera de ella76. 6.2. E l mandamiento concreto Seguimos en la línea de la fundamentación del amor mutuo: es el man­ damiento del Señor. El autor de la primera carta de Juan está haciendo referencia a los cientos de mandamientos, que contaban los rabinos del tiempo de Jesús, reducidos a dos por el Maestro (Me 12, 28-34). Junto a la tradición sinóptica, que habla del amor a Dios y al prójimo, como síntesis de todos los mandamientos de la Ley, el autor de la primera carta de Juan recoge también la tradición joánica, que habla del manda­ miento nuevo (Jn 13, 34s), en el que insiste casi obsesivamente (Jn 15, 12. 17). Ambas tradiciones han sido unificadas convirtiendo el amor al próji­ mo, de la tradición sinóptica, y el amor mutuo, de la tradición joánica, en el amor al hermano. Poniendo de relieve que el amor a Dios y el amor al hermano no son realidades yuxtapuestas, sino simultáneas. La condenación del amor falso se hace desvelando dos aspectos que son contrarios al mismo: en primer lugar, afirmando la mentira dequien dice amar a Dios y no ama a su hermano. Quien se manifiesta asíes un hipócrita, un iluso que se engaña a sí mismo. Por otra parte, quien no ama al prójimo, se descalifica para poder mantener una relación auténtica con Dios; el odio al hermano le hace pertenecer al mundo, en el sentido peyo­ rativo de la palabra: el mundo como expresión de la realidad antidivina. Por tanto, el que aborrece a su hermano se incapacita para entrar en el mundo de Dios; se convierte en el polo opuesto a Dios: Dios es amor; él es odio. Dos polos contrarios que se autoexcluyen. El agápe cristiano constituye una unidad, de tal manera que la falta de amor en una dirección implica la ausencia del mismo en la otra. Y esta ausencia lleva al hombre a la muerte: Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. E l que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3, 14). El amor y la vida son términos técni­ camente intercambiables, en cuanto a su concepto: quien ama, vive; quien vive, ama; quien no ama, está abocado a la muerte. La vida sin amor es la antesala del infierno, que es la verdadera muerte. 76 . R. E. B r o w n , o . c., 563 s s .

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