PS_NyG_1990v037n002p0167_0273

2 2 8 FELIPE F. RAMOS necido a la comunidad (1 Jn 2, 19). Ante este riesgo, la afirmación se generaliza para convertirla en amonestación para todos: «Si alguno dijere: Amo a Dios...». La ausencia del amor mutuo, la falta de solidaridad, demuestra la false­ dad del amor de Dios. La conclusión no puede ser más clara desde las premisas establecidas en este capítulo: El amor procede de Dios; Dios es amor; Dios ha amado primero; Dios se ha manifestado como un Dios amante en la persona y obra de su Hijo; Dios quiere que su amor llegue a la plenitud en nosotros. Por tanto, la esfera vital de nuestro Dios es la del amor. Quien vive animado por el odio está fuera de dicha esfera. Su Dios nada tiene que ver con el Dios bíblico-cristiano. Se ha fabricado un Dios a su medida75. La razón dada por el autor de la primera de Juan no es tan evidente como pudiera parecer a primera vista. ¿Es más fácil amar lo visible que lo invisible? (1 Jn 4, 20). Creemos que no se trata del clásico argumento que va de menos a más, de lo más fácil a lo más difícil, como frecuentemente se dice: «quien no ama a las personas a las que ve, no puede amar a Dios a quien no ve». Presentado así el argumento no nos parece demostrativo. A veces, el hermano «visible» tiene muy poco o nada que sea digno de amor. Cuesta más amar la miseria cercana que la maravilla lejana. La soli­ daridad es menos costosa cuando se practica con los que viven a miles de kilómetros que cuando se halla exigida por los que están a nuestro lado. Incluso es más atractiva, más ideal y utópica. La comparación entre el amor a lo invisible y a lo visible expresa la necesidad del amor mutuo, que brota de la verdadera naturaleza del amor, que procede de Dios. Teniendo en cuenta la naturaleza del amor de Dios, que es histórico y concreto, el autor de la primera de Juan afirma que, para amar a Dios, es necesario amar al prójimo. Esta necesidad se halla acentua­ da desde las pretensiones de los adversarios, que hacían compatible el amor a Dios con el desinterés por los necesitados (1 Jn 3, 17). El texto citado describe una situación real. Los cristianos gnósticos eran los miembros más acomodados de la comunidad joánica. Antes de irse de ella, habían visto a sus hermanos necesitados y no los habían ayudado. ¿Cómo podían presumir de amar a Dios habiendo renunciado al amor a los hermanos? Frente a la afirmación pretenciosa del amor directo a Dios, sin tener en cuenta las necesidades del hermano, se establece como criterio de discerni­ miento del amor verdadero, el amor a aquellos que se tiene delante de los ojos: el amor real solamente se da en la relación concreta con el hermano 75 . Ibid.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz