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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 227 es el odio. Se podría hablar de un amor inicial y de un amor continuado. En este amor continuado, que se halla encarnado en el amor mutuo, alcan za su plenitud y llega a su finalidad suprema el amor de Dios: En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su palabra. Esta es la prueba de que estamos en él (1 Jn 2, 5). La plenitud del amor se convierte también en el criterio para saber si somos o no somos de Dios: somo «objeto» del amor de Dios, Dios nos ama, si aceptamos como quehacer el amor mutuo. De la misma forma que nos perdona, si perdonamos. VI. F alsed ad del amor in v isible El mandamiento nuevo —«viejo», considerado cronológicamente—, es esencial dentro del cristianismo; esencial, urgente y permanente; no se ha lla condicionado por determinadas circunstancias objetivas o subjetivas; pertenece a lo inmutable dentro de la fe cristiana. Otras exigencias pueden ser menos urgentes. En el mandamiento del amor mutuo se decide el ser o no ser del cristianismo74. 6.1. E l amor invisible y el visible Y nosotros hemos recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn 4, 21). Este texto está situado en la línea de la fundamentación del amor mutuo: el amor a Dios implica necesariamente el amor al hermano. Son dos facetas del mismo amor. Quien presuma de guardar el uno, debe observar el otro. Quien prescinde de uno, renuncia al otro. Esta es la razón que ha dado el autor de la primera carta de Juan en el versículo anterior: Si alguno dice: Amo a Dios, pero aborrece al hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve (1 Jn 4, 20). El apóstol Pablo lo dice de esta manera: Porque toda la ley se resume en este sólo precepto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gal 5, 14). El texto de la primera de Juan se refiere directamente a los adversarios de la fe cristiana. Sin embargo, tiene delante el riesgo en que vive la comu nidad cristiana de caer en los errores en que otros sucumbieron. Al fin y al cabo, los gnósticos, contra los que se dirige directamente, habían perte- 74. A. N. WILDER - P. W. H o o n , o. c ., 288.
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