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224 FELIPE F. RAMOS (Jn 14, 7-10a). Nos ofrece un buen comentario el prefacio de la misa de Navidad: «para que, conociendo a Dios visiblemente , él nos lleve al amor de lo invisible». En resumen, la afirmación sobre la invisibilidad de Dios es una crítica del amor abstracto; una definición del amor como realidad concreta, visible y experimentable; una descalificación de las pretensiones sobre el amor, que no se manifiestan en la vida concreta. El amor de Dios se manifestó en la entrega de su Hijo (Jn 3, 16). Así debe ser el amor cristiano71. 5.2. La presencia de Dios entre nosotros ¿Cómo se armoniza la invisibilidad de Dios con su presencia entre nosotros? El Dios invisible realiza su presencia permanente, su «permanen­ cia», entre nosotros en el amor mutuo. En él manifiesta su realidad en el mundo. El mundo de arriba, el mundo invisible, el mundo de Dios o Dios mismo irrumpió en nuestro mundo por un acto de amor. Su presencia entre nosotros se halla garantizada por el amor mutuo. Si Dios es amor, la demostración de su presencia tiene que estar vinculada al amor. El texto fundamental de la primera carta de Juan: Si nosotros nos ama­ mos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección (1 Jn 4, 12b), acentúa la presencia de Dios entre nosotros. Pone de relieve, además, el carácter de estabilidad de la misma. Dicho texto, además de acentuar la presencia de Dios entre nosotros, con­ sidera ésta de forma permanente: utiliza para expresarla el verbo «perma­ necer». Esta forma de hablar de la presencia de Dios significa, en primer lugar, que la relación del cristiano con Dios no consiste en un fácil entu­ siasmo inicial, ni en una serie más o menos numerosa de encuentros aisla­ dos con el Señor. Es bien significativo que en la alegoría de la vid y los sarmientos el verbo permanecer, ménein , aparece, de una forma u otra, siete veces en cuatro versículos (Jn 15, 4-7). El discipulado cristiano es inconcebible sin la permanencia en Cristo, sin la unión con él de forma permanente72. En segundo lugar, la permanencia o estabilidad no denota pasividad ni inercia, sino una vitalidad que se refleja en la conducta de cada día. Nues­ tro Dios «permanece en nosotros», vive en relación amistosa con nosotros 71. Ibid., 185-186. 72. Es el verbo griego ménein. La estadística es elocuente: aparece 40 veces en el evan­ gelio, 24 veces en la primera carta y 3 en la segunda.

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