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222 FELIPE F. RAMOS El amor de Dios se ha manifestado perdonando, enviando a su Hijo: El es la propiciación por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo (1 Jn 2, 2). Ahora bien, el pecado dentro del mundo joánico es, sobre todo, el odio —desentendimiento, despreocupa ción, desinterés— que impide y destruye la alteridad y la convivencia hu mana. En consecuencia, si la comunidad cristiana se edifica sobre el amor de Dios, el amor mutuo es una exigencia inevitable para ella. Esta es la lógica del amor de Dios70. El auténtico amor cristiano raras veces existe en toda su pureza. Con mucha frecuencia está marcado por el egoísmo y la satisfacción propia. El amor de benevolencia es «rara avis». No es, sin embargo, un simple ideal utópico. V. E l amor hace v isible a l I nv isible Dios se hizo y se hace presente en nuestro mundo por su amor incondi cional al hombre (Jn 3, 16). De esta manera lo «viejo» pasa a designar la realidad mundana, mientras que lo «nuevo» se refiere a la realidad divina, hecha presente en el mundo de la manera mejor posible. Esta realidad divina «es verdad en él y en nosotros». La novedad de la presencia divina en el mundo es verdad en él, en Jesucristo. Es una realidad innegable. Jesucristo realizó personalmente el mandamiento nuevo (Jn 13, 1). Más aún, Jesucristo es la manifestación de Dios en nuestro mundo. Esto, que es verdad en él, debe serlo también «en nostros»; lo encarnado y realizado en Jesús debe estar presente en la comunidad, a partir de él y como exigen cia ineludible que él impone a los suyos. La comunidad cristiana tiene que ser el espejo donde permanezca y siga reflejándose el mandamiento del amor: Quien dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Jn 2, 6). Así es como Dios mantendrá en el mundo la novedad iniciada al enviar nos a su Hijo. La comunidad cristiana es la continuadora del amor de Dios manifestado en Jesucristo. Dios se hace presente en el amor mutuo: Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en noso tros a su perfección (1 Jn 4, 12b). El texto citado se halla precedido de la afirmación sobre la invisibilidad de Dios: Nadie ha visto jamás a Dios (1 Jn 4, 12a). ¿Por qué se introduce aquí, de forma totalmente inesperada, 70. K. W e n g s t , o . c ., 61-65.
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