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216 FELIPE F. RAMOS nadie puede tener la pretensión de «ser de la verdad» o estar en ella (1 Jn 3, 19a) si odia o no atiende a su hermano: la verdad se manifiesta en actos de amor, no de odio o de indiferencia. La tentación del «angelismo» es tan antigua como inevitable. Es la tentación de hablar del amor sin amar; de cantar al amor, de teorizar sobre el amor con bellas palabras, sin llevarlas a la práctica. Es la tentación de falsificar el amor sustituyendo «el amor de obra y de verdad» por aparien cias que no tienen el peso del amor. Frecuentemente se trata de manifesta ciones de soberbia y autosuficiencia, camufladas con el ropaje hipócrita del amor. El apóstol Pablo descubre la hipocresía del amor en su célebre himno a la caridad: «Aunque hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles... aunque tuviese el don de profecía... aunque repartiese toda mi hacienda... si no tengo amor, nada soy (1 Cor 13). Ocurre frecuentemente que un corazón cerrado, duro y raquítico, se halla también reflejado en una mano cerrada. Pero una mano abierta no siempre significa un corazón abierto. Lo importante es que el árbol, el corazón, el interior del hombre, sea bueno y magnánimo. Siendo así produ cirá frutos buenos. El amor no es una bella teoría destinada a la pura contemplación gozosa y alienante, sino una praxis bien concreta exigida como verificación de la doctrina. Si no se aterriza en la ayuda concreta al necesitado, cualquiera que sea el tipo de necesidad en que se encuentre, no sólo la económica, todo quedará en bella teoría y en palabrería vana60. El autor de la primera de Juan tiene delante de sus ojos la conducta condenable de sus adversarios. Pero, si se dirige contra ellos, es porque su proceder negativo puede ser contagioso para los miembros de la comuni dad cristiana. De ahí su exhortación, universalmente válida, más allá de las circunstancias concretas que la motivaron. La comunidad cristiana en ge neral, las comunidades cristianas en particular y las instituciones singulares dentro de la misma, no son congregaciones de hombres perfectos. Necesi tan que se les explicite la amonestación, implicada en el hecho cristiano sobre el que se edifican. Siempre corren el peligro del angelismo o del intelectualismo: hablar mucho del amor, del amor de Dios, sin reflejar en la práctica la realidad de la que tan bellamente se habla (1 Jn 4, 20)61. Las disertaciones más documentadas sobre el amor son absolutamente infructuosas si no tienen una traducción concreta. Los discursos más bri- 60. A. N. W ild er - P. W. Hoon, The First, Second and Third Epistles o f John, The Interpreter’s Bible XI , 1951. Comentario a 1Jn 3, 18. 61. K. W en g st , o . c ., 155-156.
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