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214 FELIPE F. RAMOS Dentro del campo de su competencia entra, por tanto, desvelar el mis­ terio de Dios: Dios es espíritu (Jn 4, 23s). La revelación se hace a la Sama- ritana, dispuesta a creer; y fracasa al dirigirse a los judíos, porque no acep­ taron a Jesús (Jn 8, 19. 55). En las cartas, el autor se dirige a los gnósticos o los tiene siempre delante. Ellos negaban el carácter «moral» de Dios, que impone unas exi­ gencias ético-morales al hombre. Frente a ellos es importante presentar a Dios como luz , como la santidad sin mancha, que exige una conducta adecuada entre aquellos que presumen de conocerlo, y también como amor , que obliga a amar al prójimo. Las dos frases tan próximas «el amor procede de Dios» y «Dios es amor» nos ayudan a evitar la tentanción de identificar a Dios con el amor y al amor con Dios. Dios siempre es el sujeto. El amor es el predicado. Esto quiere decir que no se puede partir del amor, considerado como amistad, como fraternidad, como compañerismo, como el «compartir»... para llegar a concluir «este amor es Dios». La afirmación «Dios es amor» no es la divinización de una idea, ni de un principio, ni de una conducta, sino la expresión de un signo distintivo de la realidad de Dios. Dios no puede ser definido ni presentado prescindiendo de esta realidad. El no tiene escondida otra realidad distinta y superior a la que ha dado a conocer a los hombres mediante su revelación. Dios es amor. Lo sabemos porque se ha manifestado como amor, como el supremo amor de benevolencia. Este Dios «externo», manifestado, coincide con el Dios «interno», oculto. El ha manifestado lo que es. Se ha manifestado como es. Llegamos a la conclusión de que se puede hablar mucho «sobre» Dios, haciendo verdaderas filigranas con la mente especulativa, pero no se le puede conocer más que amando. Dios es una realidad existencial. Su cono­ cimiento es comprometedor, porque obliga al amor en su doble vertiente: la del OTRO y la de los otros. La confesión de Dios como amor nos le presenta como una realidad proyectada en una lucha contra el odio, contra la injusticia, contra el sufri­ miento y la muerte, es decir, proyectada en la lucha contra todo aquello que define las características esenciales del mundo, en el sentido peyorativo en que la Biblia habla de él. Todo aquello que no traduzca esta línea o que no se halle en referencia a ella es una falsificación del amor.

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