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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 213 2.6. E l comprobante del amor La manifestación del amor de Dios a los hombres en la misión de su Hijo no significa que el amor de Dios no existiese antes del envío de su Hijo. En la encarnación de su Hijo, Dios demostró lo que es desde siem­ pre: amor. Fue un desacierto hablar del Dios del AT como del Dios del temor, el Dios de la justicia... en contraposición al Dios del NT, que es el Dios del amor, el Dios de la salvación... El Dios del AT es el Dios del amor, de la alianza, de la salvación, y su «justicia» no indica una actividad punitiva, sino una actividad salvífica. La genialidad de la definición-presentación de Dios como amor surgió de la reflexión teológica sobre la revelación de Dios en Jesucristo y de la comprensión, de la experiencia y del anuncio que la Iglesia apostólica hizo de sí misma. Sólo es posible desde la revelación de la Realidad última en Jesús; sólo desde ella es posible definir a Dios como amor; sólo desde ella es posible comprender el alcance de la expresión «Dios es amor». El don de Dios es la medida de su amor. La comprensión de Dios como amor no surge de la contemplación de la naturaleza. Esta nos habla­ ría, a lo sumo, de su existencia y demostraría su poder. Tampoco la historia nos revela a Dios como amor. Son demasiadas las tragedias, las frustracio­ nes, la destrucciones... como para ver en ellas el amor de Dios. Es aquí donde la falsificación del amor es más frecuente y más burda. No ha desa­ parecido la concepción del antiguo principio de remuneración según el cual los bienes materiales de que alguien disfruta son manifestaciones del amor de Dios. Por el contrario, las privaciones, carencias y adversidades serían el argumento contrario al amor de Dios. Una concepción amplia­ mente superada por la enseñanza de Jesús (Jn 9, lss) y por su destino a la muerte. La concepción de Dios como amor implica una visión personal de él, que va más allá de la concepción dinámica de la divinidad, que se halla sugerida por los términos «logos» o «espíritu», tal como la utilizaban las religiones paganas de la época. Dios es amor. Dios es luz. Dios es Espíritu (Jn 4, 24). Con estas «defi­ niciones» se pretende acentuar la singularidad de Dios y su ser totalmente otro y diferente frente al mundo. De las tres definiciones, las dos primeras se encuentran en la primera carta de Juan, la tercera es propia del evange­ lio. Esto no es ninguna casualidad. En el evangelio, Jesús, como Revelador, como portador de la revelación del Padre y encarnación personal de la misma, descubre a los hombres el misterio de Dios (Jn 1, 18).

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