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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 211 Si el amor procede de Dios, aquel que ama tiene sus raíces, su origen y su fundamento en Dios. No hay mejor argumento, no existe ninguna otra prueba de «ser de Dios», de «haber nacido de él» que el amor mutuo. El amor mutuo demuestra que nuestro origen está en Dios. También demuestra que «conocemos» a Dios. Si el amor procede de Dios, si «es de Dios», el verdadero conocimiento de Dios no puede prescindir del amor. La persona que conoce debe verse envuelta en aquella realidad a la que conoce y, en este caso, ello es posible únicamente amando. El conocimien­ to de Dios no es un acontecimiento teórico aislado de la conducta concreta de la vida, sino que se realiza precisamente en una conducta determinada ( l j n 2, 3; 3, 6). 2.3. Criterio de falsedad La consecuencia negativa es también igualmente clara: la ausencia del amor mutuo demuestra tanto la no pertenencia al mundo de arriba como la falta del conocimiento del Dios bíblico-cristiano. El contrapunto del amor es el odio. El amor es el distintivo de Dios y del que es de Dios. El odio es distintivo del mundo y del que es del mundo: Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí (Jn 15, 18). Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como yo tampoco soy del mundo (Jn 17, 14). No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia (1 Jn 3, 13). Las consecuencias negativas las acentúa el autor de la primera de Juan teniendo en cuanta a los adversarios: los gnósticos que afirmaban «ser de Dios y conocer a Dios» y esto lo hacían compatible con una conducta egoísta, despreocupada, desinteresada del prójimo. 2.4. Las «definiciones» de Dios De la afirmación hecha en el v. 7: «el amor procede de Dios», llega el autor de la carta a la sentencia más importante de todo el NT: Dios es amor. Muy próxima a esta afirmación, aunque menos elocuente que ella, es la del apóstol Pablo, que habla del «Dios del amor» (2 Cor 13, 11). El autor de la primera de Juan tiene especial habilidad para las defini­ ciones. Ya nos había dicho que «Dios está en la luz» (1 Jn 1, 5. 7). Esto nos obliga a pensar que en la sentencia «Dios es amor» no tenemos una definición precisa de Dios. Más bien es una presentación de Dios en su relación con los hombres. Esto resulta extraño para el hombre creyente, y absolutamente incomprensible para el hombre «natural», que no percibe

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