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206 FELIPE F. RAMOS aparece en un contexto en el que viene hablándose de los mandamientos. Dios atiende la oración de aquel que cumple sus mandamientos. Y el man damiento es este... A lo largo de la carta existe un intercambio entre el singular y el plural en esta cuestión. El plural, los mandamientos, casi siem pre se halla sintetizado en el singular, en el mandamiento del amor. Este cambio a favor del singular obedece a dos razones fundamentales: a que así lo encontramos formulado en el evangelio, en labios de Jesús (Jn 13, 34s) y, en segundo lugar, a que el singular acentúa la peculiaridad del mismo. No se trata de un mandamiento entre muchos: es el mandamiento por excelen cia, que llega a identificarse con la palabra o con el evangelio como tal. En esta ocasión (1 Jn 3, 23), el mandamiento único se desdobla en dos: fe y amor: que creamos en el nombre de Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros. Se nos manda creer y amar. Es la mejor síntesis de las exigencias divinas; el insuperable reduccionismo de los mandamientos. En el reduccionismo llevado a cabo por Jesús (Me 12, 28-31), el primero de los mandamientos es el amor de Dios. Evidentemente que, en él, se halla implícito el primero de los mencionados en la primera carta de Juan: fe en Dios y en lo que ha hecho por el hombre, en la misión de su Hijo. Esta fe cuenta con su esencial referencia al mundo de los humanos. Si se interesa por el amor de Dios es en la medida en que, en dicho amor, se halla el esencial punto de referencia al amor al prójimo. El amor a Dios implica el amor al prójimo. Más aún, éste es el que garantiza la veracidad de aquel. ¿Por qué, si no, añadió Jesús el segundo mandamiento, sin que nadie le hubiese preguntado por él? El estudio del mandamiento del amor en el evangelio de Juan nos lleva a descubrir que lo encontramos (Jn 13, 34s) en un contexto que es como la culminación de la escena del lavatorio de los pies. El gran ejemplo de amor que los discípulos han recibido de Jesús. El entrega la vida —es el acto de servicio supremo a los hombres— para cumplir la voluntad del Padre y «limpiar», por su propia sangre, las impurezas humanas (Jn 13, 6-11). La entrega también para dar ejemplo de amor servicial y concreto, del amor que los hombres deben prestar a sus prójimos (Jn 13, 12-20). Esta segunda acentuación del lavatorio de los pies, la de ser ejemplo a imitar obligatoriamente, pretende deducir la consecuencia última de cum plir dicho mandamiento: Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en prác tica (Jn 13, 17). El texto citado es muy importante. Había muchos cristianos, particular mente entre los pertenecientes a la clase dirigente, que buscaban mil excu sas —entre otras, su alta categoría social, sus cargos importantes, su presti gio personal— para no «rebajarse» a cumplir el mandamiento del amor
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