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170 FELIPE F. RAMOS criatura nueva (2 Cor 5, 17). Parece claro el paralelismo conceptual de las frases siguientes: El poder divino nos ha concedí- Por su medio nos regaló las más do todo lo referente a la vida y a valiosas y sublimes promesas, la conducta recta. En ambas frases se estaría diciendo lo mismo. Las promesas valiosas y sublimes tienen su centro de gravedad en lo referente a la vida y a la conducta digna. No obstante, la segunda frase no se limita a repetir la primera, sino que ofrece unos aspectos un tanto diferentes en relación con ella: al ser promesas, miran al futuro. Sin embargo, para anunciarlas, se utiliza el verbo en perfecto, lo cual apunta hacia algo que ya ha tenido lugar, pero que por otra parte, sigue siendo válido y operante en el presen­ te. Al ser promesas gozan de la seguridad y del poder eficaz de quien las hace. Se trataría, por tanto, de rubricar con la firmeza divina aquello que ya nos ha sido concedido. Al ser promesas implican una exigencia de com­ portamiento digno por parte del destinatario de las mismas. El hombre, al vivir de las promesas, tiene que esforzarse por vivirlas anticipadamente y por no hacerse indigno de ellas. Las promesas sublimes y valiosas se refieren a la vida eterna, al perdón y a la gracia, a todo aquello que pertenece a la salud total del hombre4. Son unas promesas de las que el poder divino, Cristo mismo, con su gloria y virtud, es el garante. El ha dejado su garantía en la acción de su Espíritu en el hombre. Las promesas valiosas y sublimes tienen su funda­ mento no sólo, no tanto, en la palabra de Cristo como en su mismo ser5. Los cristianos participan en aquello que estuvo oculto en Cristo durante su vida terrena, pero que los apóstoles pudieron contemplar en la escena de la transfiguración (2 Pe 2, 16); pueden participar en un mundo en el que la muerte y la corrupción han sido superadas, en el que la vida de Dios aparece en plenitud. El poder divino nos ha concedido todo lo relativo a la vida... mediante el conocimiento del que nos llamó. La estructura de la frase establece una distinción entre el «poder divino», por un lado, y «y el que nos llamó», por otro. El «poder divino» no nos lleva al conocimiento de sí mismo, sino al conocimiento de otro, de aquel que nos llamó. Desde esta lógica literaria 4. A. E. B a r n e tt - E. G. H om righ au sen , o . c ., 173. 5. F. HAUCK, Die Kirchenbriefe , en DNTD 1954, 80.

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