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204 FELIPE F. RAMOS 5.2. La f e y la conducta moral La dimensión múltiple y profunda del conocimiento de Cristo nos sitúa también, y de forma necesaria, en la perspectiva de la conducta humana. El conocimiento de Cristo no puede hacerse compatible con una conducta irregular e incoherente. Esto se ha dado muchas veces y nadie tiene tanta experiencia en esta cuestión como la primera carta de Juan. Las afirmacio­ nes sobre la ética cristiana las indica el autor de forma condicional: «Si decimos...» (1 Jn 1, 6. 8. 10). ¿A qué se refiere? La triple repetición indica que no se trata de una hipótesis de trabajo. Alguien pensaba y actuaba según lo afirmado en las proposiciones condicionales. Alguien decía que estaba en comunión con Dios y andaba en tinieblas; alguien decía que no tenía pecado y se engañaba, porque la verdad no estaba en él; alguien decía que Dios es un mentiroso, al afirmar que él no había pecado. ¿Qué necesidad tenía Dios de haber enviado a su Hijo si el pecado no fuese una realidad universal? Los que afirmaban estas tres cosas, recogidas en forma de hipótesis, eran los gnósticos. Frente a ellos comienza el autor por afirmar que Dios es la luz y que en él no hay tiniebla alguna. Esto lo afirmaban también los gnósticos. Más aún, era una convicción generalizada en la época. Nuestro autor la retoma con la finalidad de precisar su sentido. La luz es una designación de la realidad divina que, como tal, se ha manifestado en Cristo. De este modo ha quedado iluminada la existencia humana; el hombre puede orientar su vida desde esta luz. Esta afirmaciónm sobre Dios manifiesta al ser divino en su totalidad. En él no hay tiniebla alguna. No debemos pensar que existe una realidad en Dios distinta de la que él ha revelado y dado a conocer al hombre. No existe el Dios «interno», el que se pierde en el misterio, y el Dios «externo», el que nos ha sido manifestado por su Hijo. Dios se ha manifestado como es. Al desarrollar el tema del conocimiento de Dios y de la comunión con Dios se afirma que éstos son auténticos si se hallan respaldados por el amor al prójimo. El autor parte de la convicción fundamental según la cual la teoría, la doctrina, el dogma, tiene siempre unas exigencias éticas. La ética no es una realidad autónoma; brota de la entraña misma del hecho cristiano. Por eso los adversarios han caído en una paradoja inadmisible, que el autor expone de la forma siguiente: 1.° Tienen la pretensión de estar en comunión con Dios viviendo en las tinieblas (1, 5-2) o en pecado. Esto va en contra de la verdadera comunión con Dios. Esta es inimaginable si no se traduce en la práctica de la conducta

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