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202 FELIPE F. RAMOS se halla causada por la presencia del Revelador. Conocer a Cristo significa estar seguros de la fe que lo ha aceptado como el revelador del Padre; permanecer o vivir permanentemente en unión con él; ser sarmientos cons­ cientes de que su vida depende de la inserción en la vid. Conocer a Cristo significa comprender la propia vida desde esta fe. Desde estos contenidos implicados en el verbo conocer se comprende fácilmente que este verbo exprese un concepto paralelo, muchas veces sinónimo, de creer; conocer y creer son verbos intercambiables y, al menos en muchos textos, difícilmente distinguibles; lo mismo que existe un para­ lelismo sinónimo entre conocer y «amar» a Dios o a Cristo; paralelismo extensible a conocer y «ver» a Dios. Si damos un paso más, como continuación lógica de lo que estamos exponiendo, habrá que afirmar que no existe más que un conocimiento de Cristo, el conocimiento creyente. Los discípulos, los creyentes, los «suyos» le conocen. Nosotros «creemos y conocemos» (aparecen los dos verbos yux­ tapuestos) que tú eres el Santo de Dios (Jn 6, 69). El conocimiento que los discípulos, los suyos, tienen de Jesús aumenta­ rá, y se perfeccionará en la medida de su permanencia en él. Sólo desde esta permanencia, en observación atenta de las obras realizadas por Jesús, se puede llegar a saber y conocer que el padre está en él y él en el Padre. Sólo desde esta permanencia se puede descubrir, después de la resurrec­ ción y a su luz, lo que anteriormente era enigmático, como el lavatorio de los pies (Jn 13, 7). Sólo desde esta permanencia se hará patente la relación de Jesús con el Padre y con los creyentes (Jn 14, 20). Como contrapunto al conocimiento de los discípulos, tenemos el des­ conocimiento de Jesús por parte de los no creyentes, que en el evangelio de Juan se llaman «los judíos» o «el mundo». Los contemporáneos de Jesús, que no le aceptaron, aquellos que le rechazaron, no le conocieron. No aceptarle es sinónimo de no conocerle. El no creyente no conoce ni a Cristo ni a Dios. El desconocimiento mencionado no debe ser aceptado en sentido abso­ luto ni fatalista. Aquellos que se han cerrado al verdadero y único conoci­ miento de Cristo pueden abrirse a él. Esto puede ocurrir gracias a la fiabi­ lidad del testimonio de la comunidad creyente (Jn 17, 23). El verdadero conocimiento de Cristo es un conocimiento relacional. Así lo desarrolla de forma adecuada la alegoría del pastor y las ovejas. Jesús conoce a sus ovejas y las suyas le conocen. Conocimiento mutuo y relacio­ nal. Este conocimiento no es una realidad estática, lograda mediante la percepción de los sentidos ni mediante la aplicación de las premisas im­ puestas por cualquier teoría sobre el conocimiento. El conocimiento de

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