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200 FELIPE F. RAMOS Como toda auténtica decisión humana, la de la fe debe ser aceptación y apropiación del don de la gracia o de Dios como gracia, que le es concedi­ da al hombre como posibilidad de una realización total de la existencia. La fe que justifica, la que nos coloca en el plano de la filiación divina y de la amistad con Dios, la que elimina de nosotros el pecado y nos introduce en el terreno de la gracia, la que nos concede la posibilidad del diálogo amistoso entre el yo personal y el Tú divino, es la aceptación de la oferta que Dios nos ha hecho en su Hijo al abrir ese camino... (Rom 10, 9-11). El hombre, considerado en sí mismo, en su facticidad, es una existencia caída (por lo que se refiere a su pasado); es una posibilidad (por lo que se refiere a su futuro). Entre estos dos momentos debe situarse la decisión. Una decisión de extraordinaria importancia ya que ella presupone una nueva comprensión de sí mismo\ y esto no como algo objetivo y aséptico, distinto de nosotros, sino como la comprensión de la propia vida bajo la gracia. Es una orientación totalmente nueva de la vida. Y en esa nueva comprensión de la vida quedan abarcadas todas las relaciones del hombre: consigo mismo, con las cosas y con Dios. Desde los presupuestos anteriores debemos deducir que la fe es puro dinamismo. Algo así como la vida misma. Así como la vida se vive cada día, no de una vez para siempre, así ocurre en el terreno de la fe: es la apertura personal del hombre a dejarse interpelar por la palabra de Dios, a responder a ella aceptando esa única posibilidad de salud que Dios quiso abrir en Cristo para el hombre de todos los tiempos45. La fe es un don de Dios; una gracia singular. Pero, al mismo tiempo, es quehacer y esfuerzo humano. La fe o el creer cristiano no es una simple realidad o posibilidad psicológica. Se trata de una realidad histórica. Es la misma historia de la salud o de la salvación ofrecida a cada uno, aceptada mediante el bautismo y apropiada en la fe. El creer cristiano me envuelve en una historia de salvación en la cual yo mismo soy protagonista, miembro y artífice de dicha historia. Por eso, el creer cristiano, la fe, no puede ser reducido a una fe histórica (aceptar simplemente lo que Dios hizo en el pasado, que es una de las tergiversaciones más graves de la fe). Esta consi­ deración de la historia salvífica no sería suficiente para que yo me interesa­ se por ella. Lo que Dios hizo en el pasado debe ser algo que me interese y que me afecte en el momento en que yo vivo. Dicha historia debe ser válida para mí. Y para ser válida para mí tiene que ser algo que se realice en el momento presente (lo que Dios hizo en el pasado sigue haciéndolo 45. TWNT VI, 209-210; EWNT III, col. 226.

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