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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 193 de esta praxis, iniciado por Pedro y estimulado por los judaizantes, fue el que introdujo en ella un comportamiento no acorde con «la verdad del evangelio». No intenta decir Pablo que no pueda vivirse el evangelio sin llevar una vida común. Lo que sí afirma es que si ésta no es posible, es que el evangelio ha perdido su eficacia37. Y la cuestión en Galacia fue presenta­ da en forma alternativa: o los judeocristianos se retiraban de la mesa co­ mún o los gentiles aceptaban el yugo legal. La respuesta de Pablo es clara: la unión dentro de una comunidad concreta es una exigencia de la fe en Cristo. Para formar parte de la comu­ nidad no debe tomarse como base la práctica de la ley cultual o ritual con sus observaciones características; basta la fe en Cristo. La solidaridad de los creyentes con Cristo crucificado es la fuente de la libertad cristiana y la solidaridad entre los creyentes su consecuencia necesaria. Los caminos de la separación son destructores de «la verdad del evangelio». Esta obliga a mantener la vivencia común de la fe en una existencia libre frente a la ley. Quien imponga la ley —no la ley universal, que expresa la voluntad de Dios, sino la ley particular que refleja la mentalidad e idiosincrasia de unas personas o de un momento— renuncia a la verdad del evangelio38. En realidad, la destruye. Una ley que aleje de la mesa común, de la eucaristía, porque se ha metido en campos propios de la conciencia del hombre, perturbando su tranquilidad, va en contra de la verdad del evangelio, ven­ ga de donde venga. Ocurrió con los judaizantes de entonces. Ocurre con los judaizantes de ahora. Una opción radical por el evangelio de Cristo no puede conducir a la desunión de los cristianos. Pablo se opone con todas sus fuerzas a la uni­ formidad del evangelio. El evangelio es uno y único, por lo que se refiere a la esencia del mismo, y plural, por lo que respecta a las realizaciones del mismo. Debe hacerse compatible con las leyes que impone su mismo ser, las que nacen de su misma entraña, las que brotan del árbol bueno que produce frutos buenos. Puede hacerse compatible con la observancia de unas leyes que vienen de fuera de él y que regulan el tráfico de la existencia humana en muchos de sus aspectos. Las dos formas de anunciar el evangelio son legítimas, la primera y la segunda, la de Pablo y la de Pedro. Y es legítima la práctica de una y otra. Lo que no es admisible es la opción de una y la condenación de la otra. Lo único esencial en el campo de la justificación —de la creación del estado de amistad con Dios y de la filiación divina— es la exclusividad de 37. J. J. B artolomé , La verdad, del evangelio. La justificación por la fe y su vivencia común. Un estudio exegético de Gal 2, 5. 14, Roma 1987, 15. 38. Ibid ., 154.

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