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186 FELIPE F. RAMOS mano y tu alma está en mi mano; si guardas tú la mía; yo guardo la tuya; si corrompes tú la mía, yo corromperé la tuya»27. Para unos, la Torá es raíz de vida; para otros, es raíz de muerte. Esto significa que la obligación que el hombre tiene para con la Torá entraña el peligro de la muerte y de la condenación, porque debían y podían haber aprendido y no lo hicieron; así ocurrió también con Israel. Algunos rabinos extienden también este principio a Israel. El hecho de que la vida dependiese de la ley y de su cumplimiento, hizo surgir la necesidad y la urgencia de defenderla creando en torno a ella una cerca de preceptos y prohibiciones que adquirieron la autoridad mis­ ma que tenía la ley. Estamos diciendo que el extraordinario desarrollo alcanzado por la casuística tiene ahí su fundamento. La ley más su amplia­ ción y ejercitación sirvió para desarrollar el auto-afianzamiento judío, en particular el fariseo, ante Dios. La verdad es que también se levantaron voces discordantes al respecto: R. Joma dice: «Todo lo que hagáis hacedlo por amor». Y el R. Hona: «Un hombre conocedor de la ley, pero sin temor de Dios, es semejante al propietario de un tesoro al que le falte la llave exterior (la de la casa). No puede tenerlo a su disposición ni puede disfrutar de é l» 28. 2.3. La f e o las obras de la ley «Solamente quisiera saber esto de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por haber cumplido la ley o por haber aceptado la f e ? ¿Tan insensatos sois que, habiendo comenzado en el Espíritu, acabais ahora confiando en la carne?» (Gal 3, 2). La respuesta de los gálatas, si Pablo la hubiese esperado, no podía ser más clara: Recibimos el Espíritu cuando respondimos con la fe al evangelio oído, que Dios nos ofrecía a través de la predicación de Cristo crucificado. Existe un claro paralelismo entre recibir el Espíritu y recibir a Cristo. El Espíritu sólo puede ser recibido por la fe en Jesús como el Cristo. Para Pablo y para los Gálatas —lo mismo que para todos nosotros— solamente existían dos posibilidades opuestas: las obras de la ley o la pre­ dicación de la fe. Ambas son tan radicalmente opuestas que se excluyen necesariamente la una a la otra. La pregunta está hecha de tal modo que la respuesta no puede ser más clara. La única opción posible es la fe en la predicación. 27. TWNT IV, 1050. 28. TWNT IV, 1050.

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