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180 FELIPE F. RAMOS Uno de los consuelos mayores de la fe cristiana nos lo ofrecen los campeones de la fe, nuestros antepasados personales o comunitarios. La carta a los Hebreos canta los laudes de los mismos, de aquellas personas que orientaron toda su vida desde la fe. Ella se convirtió en la palanca que movía toda su vida (Hebr 11-12). La espléndida disertación que se hace, en el lugar citado, de los cam­ peones de la fe, llama la atención y estimula la fe de aquellos creyentes que piensan: ¡si tan largo me lo fías! Aquellos campeones de la fe sí que veían «aplazada» su recompensa. Casi ni tenían claridad sobre que existiese tal promesa. Mantenían una confianza ilimitada en la palabra-promesa sin te­ ner la claridad que nosotros poseemos sobre la participación plena en la vida de Dios, que es la meta última de la vida del creyente18. Nosotros tenemos otro argumento definitivo, del que ellos carecieron: Cristo es presentado como «el iniciador y consumador de la fe» (Hebr 12, 2), nunca como «objeto» de la misma. La fe se definiría por la permanencia en el camino que Cristo abrió: Deseamos que cada uno de nosotros muestre hasta el fin la misma diligencia por el logro de nuestra esperanza, no hacién­ donos perezosos sino imitadores de los que por la f e y la paciencia han alcan­ zado la herencia de las promesas (Hebr 6, 12). Es una exhortación a no cansarse en el camino, que es la gran tentación de los creyentes: el cansan­ cio y la consiguiente deserción. Este contexto nos exige una reflexión sobre la definición de la fe que nos ofrece la carta: La f e es una forma de poseer lo que se espera, un medio de conocer las cosas que no se ven (Hebr 11, 1). Creemos que es la mejor traducción de este texto tan célebre sobre la fe. La fe es la realidad de lo esperado; el argumento o la garantía de las cosas que todavía no vemos. Esto significa que no estamos ante una verdadera definición de la fe, sino ante una manifestación sobre el objeto de la misma: los invisibles bienes prometidos son para la fe una realidad segura. Este aspecto se convierte así en un argumento para permanecer en el camino emprendido. Tenga­ mos en cuenta que, inmediatamente después de la frase en cuestión, son enumerados los «campeones» de la fe. En todos ellos hay un denominador común: la convicción inquebrantable de que los bienes prometidos (= lo que se espera) eran una realidad absolutamente fiable. 18. O. MiCHEL, Der Brief an die Hebräer, Kritisch-Exegetischer Kommentar über das Neue Testament , Göttingen 1966, 368ss.

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