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178 FELIPE F. RAMOS e) El hombre, desde la absoluta confianza con que construye su casa —su propia vida— no quiere admitir que se le diga que es servidor-esclavo de la propia casa, que él cree construir como señor absoluto. ¿Quién man­ da sobre él si incluso puede tener gentes que le sirvan? Nada molesta tanto al hombre adulto —al que dice haber alcanzado la mayoría de edad, en comparación con el hombre pre-científico— como que se ponga en duda su libertad. Así ocurre ahora y así ocurrió siempre: Somos descendencia de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie (Jn 8, 33). 1.2.2. Purificación en un seguimiento silencioso y doliente Como lo formuló el Salmista: Tengo fe, aun cuando digo: ¡Muy desgra­ ciado so y ! (Sal 116, 10). El apóstol Pablo utiliza el Salmo acomodándolo a su situación concreta: Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: «Creí y por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos (2 Cor 4, 13). El hombre verdaderamente creyente no abandona su fe por el sufri­ miento o el contratiempo del tipo que sea. El testigo elocuente, el que habla, el no mudo, el que da testimonio silencioso u oral, de la palabra de Dios y de sus exigencias no encontrará nunca, al menos a largo plazo, el aplauso de la gente. Se convertirá en una persona incómoda, en un denun­ ciador nato de la maldad y de la injusticia humanas. Se verá sometido a un cerco y a un acoso sofocantes que pretenden silenciar su voz. Deberá su­ frir. Se sentirá muy desdichado y abatido, como dice el Salmista. La oposición al Enviado y a los que creen en él es inevitable. El mundo, en cuanto realidad antidivina —es el aspecto negativo de la palabra— se halla en abierta oposición a la realidad divina. Son realidades contrarias que mutuamente se excluyen, como ocurre con la luz y las tinieblas, con la verdad y la mentira, con la vida y la muerte. No debiéramos olvidar nunca esta incompatibilidad. La armonía significaría o bien que el mundo habría dejado de ser mundo o bien que la comunidad cristiana habría dejado de ser comunidad cristiana y se habría convertido en mundo. Mientras que cada una de estas dos realidades siga siendo lo que son por principio, a lo sumo a lo que debe aspirarse es a una mutua tolerancia, a una coexistencia más o menos pacífica, a una relación diplomática. Nunca existirá una com­ prensión auténtica, ni una verdadera convivencia, ni un reconocimiento respetuoso y sincero16. 16. H. FRIES, Conceptos Fundamentales de la Teología, Teología y siglo XX, II, Madrid 1966, 134.

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