PS_NyG_1990v037n002p0167_0273
DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 177 las obras de Abrahán (Jn 8, 39), que es tanto como aceptar o exigir la aceptación de los caminos de Dios en el hombre desde una esencial apertu ra al Revelador. b) El hombre, discurriendo sobre el propio patrón, no está dispuesto a aceptar una vida que él mismo no haya creado. El hombre cae así en la trampa de la desesperanza, e incluso de la desesperación, al no reconocer al dador de la vida verdadera en su oferta magnánima de la vida divina o de la vida eterna (Jn 8, 52s). Es el inevitable escándalo ante el Revelador, cuando el acercamiento a él no se hace desde un entuasiasmo inicial dis puesto a «permanecer» en el camino iniciado (Jn 8, 31). Sólo desde dicha permanencia se hace posible la aceptación del Revelador como el verdade ro pan del cielo, dador de la vida divina (Jn 6, 50. 58)14. c) El hombre, desde su innata arrogancia, se niega a aceptar una fuerza liberadora que venga de fuera de sí mismo. Esto equivaldría a reconocer su propia esclavitud insuperable, cuando él habla tanto y presume aún más de ser libre. Esta actitud arrogante en el proceso de la fe se ve clara mente denunciada por las palabras del Revelador: Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres (Jn 8, 36) o por estas otras, que quiebran la petulancia, arrogancia y seguridad humanas: No fu e Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo (Jn 6, 32). En el proceso de la fe, el hombre se ve forzado a aceptar a Jesús como el Hijo, como el único revelador del Padre, y en consecuencia, como el único dador de la vida y de la libertad. Y, además, sin aducir una legitima ción que se adaptase a sus baremos de verdad. Esto provoca el escándalo, una exacerbación tal que le lleva al abandono, al rechazo e incluso a la persecución. d) El hombre, desde su instalación en las propias seguridades, no está dispuesto a reconocer que sus privilegios históricos hayan sido abolidos (Jn 6, 31), como tampoco está dispuesto a reconocer la insuficiencia de su ascendencia racial tan gloriosa: Nuestro padre es Abrahán (Jn 8, 39). Tradu cido a nuestro lenguaje, estas afirmaciones judías habría que expresarlas de la forma siguiente: «¿puede alguien ofrecer algo más digno?»; «¿existe en alguna parte un «curriculum vitae» más perfecto?». Si existe este al guien o este algo debería ser demostrado. Y volvemos a situarnos así ante el problema de la legitimación exigida al Revelador15. 14. R. BULTMANN, Das Evangelium des Johannes , Gottingen 1959, 174. 15. F. F. R a m o s , Seguimiento y persecución , en Studium Legionense 1983, 24-25.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz