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LA OBRA DEL HISPANISTA FRANCES ALAIN GUY A ESTUDIO 119 Esta doble vertiente es reflejada por los pensadores iberoamericanos. El mexicano Samuel Ramos asume la finitud en su vertiente moral y desde esta vertiente pide que nos aceptemos en lo que somos. De aquí la acepta­ ción de nuestra humildad, nuestra pequeñez, nuestra pobreza radical y la exigencia de un vivir austero. Completó Romero Baró esta perspectiva moral de finitud haciendo referencia a Antonio Caso, quien luchó contra el nefasto complejo de inferioridad que puede surgir ante la finitud. Tal com­ plejo podría anularnos. A. Caso supera radicalmente este complejo con su esencial abertura al amor universal. En la realización de este amor universal A. Guy sintoniza con estos pensadores mejicanos. Conclusión El mismo prof. Alain Guy, a quien se le dedicó el curso, lo cerró con una conferencia, a la que dio este título tan propio de su modestia: A l servicio de la filosofía hispánica e hispanoamericana. Hizo en ella un suges­ tivo itinerario intelectual de su vida. Recogemos algunos momentos salien­ tes de este itinerario. El comienzo del hispanismo de A. Guy parte casi de cero. En Francia, hace medio siglo, cuando se mentaba a España era, las más de las veces, para ridiculizarla: «la invencible», inquisición, toros, etc... Pero A. Guy tuvo la fortuna de tener maestros que le introdujeron en el conocimiento y estima de la cultura hispánica. G. Sarrailh, con el que no condivide todas sus opiniones, le ambientó en grandes temas hispánicos. A. Guy comenzá a ver entonces al español, estilo L. Bloy, como un «peregrino del Absolu­ to». Ya en 1948, cuando tiene lugar en Barcelona el Congreso Internacional en honor de Suárez y Balmes, es invitado a tomar parte en el mismo por su director y organizador, D. Juan Zaragüeta, de cuya personalidad, henchida de benevolencia, ha sido siempre A. Guy un entusiasta admirador. De entonces data también la viva comunión que ha mantenido con la escuela tomista barcelonesa, especialmente con los Dres. Bofill y Canals. De perenne memoria sea que, en este coloquio, A. Guy se haya declara­ do con su maestro J. Chevaliar por el humanismo cristiano. Para compren­ der mejor este humanismo A. Guy distinguió tres etapas en nuestro pensa­ miento occidental. A la primera calificó de hambre de Dios. El hombre antiguo lo buscaba, habiéndolo hallado con la nueva revelación. En la segunda etapa, esta revelación es aceptada. De esta aceptación surgió la Edad Media, que es todavía para nosotros un momento de plenitud, a pesar de sus innegables deficiencias. En la tercera etapa, desde el siglo XVII,

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