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LOS CAPUCHINOS EN PANAMA EN EL SIGLO XVII 111 del Darién otra vez. Más de cuarenta hermanos se ofrecieron a seguir los pasos de los mártires de Panamá, un testimonio hermoso del generoso espíritu misionero de la Provincia. De los voluntarios los siguientes siete sacerdotes fueron escogidos: Bernardino de Madrid (Prefecto), Agustín de la Nava del Rey (Viceprefecto), Matías de Zuaza, Baltasar de Toledo, Jeró­ nimo de Piedrahíta, Agustín de Granada, Esteban de Pastrana y el herma­ no no clérigo Pedro de Madrid. En enero de 1681, los nuevos misioneros embarcaron en Cádiz y llega­ ron a Panamá tras un viaje tormentoso, para empezar su difícil aclimata­ ción a la selva lluviosa. Se detuvieron por un tiempo haciendo misiones en las diócesis de Panamá y Cartagena. Cuando llegaron al Darién, los misio­ neros no sabían si los indígenas iban a recibirlos con lanzas, indiferencia o abrazos. Afortunadamente fueron bien recibidos. Seguramente fue este un consuelo grande para los frailes que pronto lograron fundar dos poblados, uno que lo dedicaron a la Inmaculada Concepción de María, con quinien­ tos indígenas situado en las orillas del río Tarena, (justamente donde los primeros misoneros fundaron la población de San Buenaventura treinta y tres años antes). Sin duda algunos de los abuelos de las tribus recordaron la dedicación y bondad de los blancos barbudos que entraron en su selva con tanta confianza, armados solamente con una cruz y una sonrisa. El otro poblado fue en la ribera del río Paya, con trescientos habitantes, dedicado a San José. El P. Buenaventura nota: Todo corrió bien mientras los misioneros tuvieron cosillas que darles: «pero faltando los abalorios, cascabeles, navajas y omis cosas de este género, luego se fueron trasmontando, a vivir en su acostumbrada libertad, vagueando (sic) de unas en otras partes»17. Hoy, con la ayuda de la antropología, entendemos mejor que el tipo de vida «semi-nómada» de los indígenas de las selvas lluviosas, viviendo de la caza y la recogida de frutas, raíces, plantas y semillas, es la mejor manera de aprovechar su ambiente sin destruirlo. Podemos entender que los misio­ neros prefirieran un buen grupo estable para facilitar la evangelización, y no «vagueando (sic) de unas en otras partes». Pero, en poco tiempo, la flora y fauna comestible de una zona están agotados y los indígenas pasan su habitación a otra parte de la selva. Hemos visto hoy los resultados ruinosos de la agricultura al estilo de Europa en la selva lluviosa. Una vez perdida la protección de los árboles, las lluvias torrenciales llevan la 17. Ibid., 252.

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