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LOS CAPUCHINOS EN PANAMA EN EL SIGLO XVII 109 Alrededor de 1649, llegó la nueva expedición de misioneros: Francisco de Vallecas, Jerónimo del Corral, José de Villalvilla, Miguel de Madrid, todos sacerdotes y el hermano no clérigo, Hilario de Torrejón9. Los frailes vinieron para ver la desintegración de la joven misión. A pesar de las esperanzas de los primeros años, los frutos de la cosecha no correspondieron a la labor de amor de los trabajadores. Algunas de las belicosas tribus de la región comenzaron una guerra entre sí. Entonces, el gobierno español puso una guarnición en el Darién. En vez de calmar a los indígenas, fue echar gasolina al fuego. Ellos creían que los españoles iban a atacarles. Los misioneros no podían convencerles de lo contrario, más bien fueron identificados con los enemigos. Les robaron todo y dejaron al P. Francisco de Canarias en una isla para morir de hambre, pero el misio­ nero alcanzó la costa nadando. Tomaron preso y maltrataron al P. Basilio de Valdenuño. Los otros analizaron la situación. Su persecución no fue por odio contra la fe, sino por ser identificados con los soldados españoles de la guarnición. Decidieron abandonar la misión por el momento10. Los misioneros esperaron la paz entre las tribus, pero más bien creció la guerra con mayor encarnizamiento. Mientras tanto algunos de ellos tra­ bajaron en Cartagena, predicando misiones, etc. El superior, el P. Antonio de Oviedo, afligido de ver la situación de sus queridos hermanos y frenado el programa de la evangelización, inflamado de celo apostólico, decidió hacer un último esfuerzo, aun arriesgando su vida. El quiso ir a hablar con los indígenas en guerra para ser, si fuera posible, instrumento de la paz. Con la compañía de un español y cinco indígenas embarcó en una canoa. Visitó primero a los Chocoes y después a los Bugutas. Sus compañeros sintieron que el peligro de su misión fue creciendo y abandonaron al P. Antonio. El intrépido misionero continuó solo en su gira a los Gorgonas. Allí le esperaba la hermana muerte con la palma del martirio. Los indígenas atravesaron al P. Antonio con lanzas y flechas y, finalmente, hicieron del casco de su cabeza una taza para be­ b e r 11. No hay amor más grande que dar su vida por sus amigos. Fue el mes de septiembre, el año del Señor 1651. El P. Antonio de Oviedo justamente es venerado en su provincia como un mártir por la paz con el título de Venerable. Sus hermanos misioneros esperaron en vano el regreso del P. Antonio, con esperanzas de continuar su misión. Mientras tanto, se dedicaron a 9. B u e n a v e n t u r a d e C a r r o c e r a , o . c ., 195 ss. 10. Ibid., 196. 11. Ibid., 196 y 393.

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