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86 ANDRES S. ALVAREZ tes entre sí. En realidad, no hay ninguna bifurcación entre lo humano y lo no humano, más bien las entidades están constituidas por sus relaciones»17. De esta perspectiva pan-psiquista deducirá Naess el principio de la igual­ dad biotica, o «bioesferical egalitarialism»18, y el origen de una ética, tam­ bién egalitaria, donde nada en particular tiene precedencia, donde la fuen­ te de toda valoración, reside en la armonía de todo. Este no es el momento de hacer una crítica a la llamada ecología pro­ funda o «deep ecology». Baste señalar de pasada que, aunque en el terreno de las ideas esta teoría puede parecer sugestiva y adecuada para resolver los problemas del deterioro ambiental, no se ve la forma en que se pueda llevar a la práctica. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando los intereses huma­ nos entran en conflicto con los de otras criaturas? Si como escribe Callicott «el valor supremo (de la ética ambiental) radica en la comunidad bioti­ c a »20, ¿dónde queda el ser humano? No es difícil prever las implicaciones devastadoras de esta posición, que conducen de hecho a lo que se podría llamar un totalitarismo ecológico deshumanizante. Cierto que el hombre occidental está imbuido de una filosofía de domi­ nio que le ha conducido a la sobre-explotación y al abuso, que se necesita un cambio hacia una actitud más respetuosa con el medio, derivada de una nueva manera de ver las cosas. Pero esa cosmovisión tiene que incluir también respuestas sobre el origen y el destino del ser humano. El error de la «deep ecology», según Skolimowski, es la carencia de una escatologia que dé sentido a la cosmología y a la ética. Por eso concluye que la cosmo­ logía está íntimamente ligada a la religión21; opinión que comparten otros escritores, como Dubos22 y Joranson23. White, convencido de que la crisis ambiental es, en el fondo, una cues­ tión religiosa, concluye: «Puesto que las raíces de nuestras dificultades son religiosas, el remedio tiene que ser también religioso, lo llamemos así o de otra manera». Y más adelante insiste: «Más ciencia y tecnología no nos va 17. Bill DEVALL y George SESSIONS, Deep Ecology, Salt Lake City 1985; Warewick Fox, Deep Ecology: A New Philosphy o f our Time, en The Ecologist, vol. 14, n.° 6-7, 194-200. 18. Warwick Fox, ibid., 196. 19. Arne NAESS, The Shallow and the Deep, Long-range Ecology Movement. A Summary, en Inquiry, 1973, 95-100. 20. J. B. CALLICOTT, Animal Liberation: A triangular Affair, en Environmental Ethics, vol, 1. n.° 4, (invierno 1980), 326 48. 21. O. Henryk SKOLIMOWSKI, The Ecologist, vol. 18, n.° 4-5, 124-127. 22. R. DUBOS, Ibid. 23. Joranson Philip N. JORANSON y Ken GUTIGAN, Cry o f the Environment y otros, New M éxico 1984.

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