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102 ANDRES S. ALVAREZ ciencia entre desorden moral y natural, de modo que el desequilibrio social provoca el desequilibrio ecológico. Al igual que en el Antiguo Testamento el universo entero participa de la acción redentora de la Nueva Alianza. S. Pablo asegura que así como el pecado de Adán afectó a toda la creación, la liberación de Jesucristo debe extenderse a todas las criaturas de la tierra: «La creación entera espera con ansiedad la revelación de los hijos de Dios... La misma creación se verá libre de la servidumbre de la corrupción y obtendrá la liberación gloriosa de los hijos de Dios»77. Sin embargo, el cristianismo, quizá muy preocupa­ do por la salvación espiritual del ser humano, no siempre ha prestado la debida atención a su redención temporal y menos aun a la liberación de la opresión que padecen las demás creaturas; a pesar de que en la Biblia y en la tradición existe una abundante y rica doctrina para desarrollar lo que Dubos califica como una teología de la tierra, capaz de despertar la con­ ciencia ecológica de los cristianos y de impulsarles a participar más eficaz­ mente en una saludable acción ambiental. La unidad de la creación ha sido reforzada por los últimos descubri­ mientos de la ciencia. En un principio la doctrina de la evolución de las especies por selección natural fue recibida con recelo y hasta con rechazo por casi todas las denominaciones cristianas. La procedencia humana de organismos inferiores chocaba con la tradición y ponía en entredicho la interpretación literal de los primeros capítulos del Génesis. Sin embargo la promulgación por Pío XII de la encíclica «Divino afilante Spiritu» el 30 de septiembre de 1943, facilitó entre los católicos la aceptación de la doc­ trina darwiniana, dejando intacta la idea de un creador universal. Hoy, los nuevos descubrimientos, experimentos y observaciones de la geología, la paleontologías, la antropología, la biología y la química parecen demostrar que el ser humano no es sólo producto de una evolución biológica, sino que constituye el último eslabón de una larga cadena que comenzó hace miles de millones de años con el origen del universo. El hombre pertenece, pues, a una comunidad más amplia que la socie­ dad humana, de la que necesita para su propia subsistencia. «No vivimos —escribe Dubos—sobre el planeta tierra. Vivimos con la vida que alberga, y en el entorno que la vida crea»78. Cada día existe una mayor conciencia de la interdependencia humana. Antiguamente, el ideal de las naciones era la autarquía. En la actualidad, nisiquiera lasnaciones más ricaspueden vivir en aislamiento. Estados Unidosimporta casi el 40% del petróleo que 77. Rom 8, 19-22, y Col 1, 15-20. 78. DUBOS, Un Dios Interior, 29.

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