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RESPUESTA ETICA AL DESAFIO ECOLOGICO 95 del aire que respiramos, el estado lamentable de ríos y océanos por los desechos industriales y domésticos, constituye la más clara evidencia de que la humanidad no está cumpliendo el mandato del Señor de guardar la tierra. Este principio de la conservación debe aplicarse de un modo especial a la defensa y preservación de todas las formas de vida que Dios nos ha dado. «Destruir una epecie —escribe Tomas Berry—es acallar para siem­ pre una voz divina»53. Sin embargo, la humanidad se encuentra al borde de una crisis global de extinción de especies debido a ignorancia, insensibi­ lidad y, sobre todo, a la codicia insaciable del ser humano. En los últimos años el nivel de captura de la ballena azul ha superado su tasa de reproduc­ ción hasta el punto de que el animal más grande que ha existido en la tierra se halla ahora en riesgo de extinguirse. Algunos científicos creen que a lo largo de la vida de la presente generación desaparecerán más especies de las que han desaparecido durante millones de años de vida en la tierra54. Pero la conservación puede conciliarse con una cuidadosa acción hu­ mana. Algunos conservacionistas opinan que la mejor situación de la natu­ raleza es su estado original y que el hombre no debe intervenir en el deve­ nir ecológico. Sin embargo, la experiencia enseña que el ser humano no ha sido nunca testigo pasivo del acontecer natural, y que puede y debe usar la ciencia y la tecnología no solo para mejorar la calidad de vida, sino también para proteger los mismos sistemas naturales, siempre que actúe con la prudencia de un buen administrador. Attfield, citando a Passmore y a Glacken55afirma que se pueden obser­ var dos corrientes en la tradición cristiana. Para unos, el deber del hombre se reduce a preservar la belleza y la riqueza natural de la tierra, mientras que para otros, administrar implica cooperar con la naturaleza en su creci­ miento y desarrollo. Esta idea fue enfatizada en Occidente por S. Ambro­ sio y S. Agustín y recogida más tarde por S. Benito. Dubos escribe a este respecto: «La regla benedictina parece inspirarse en el segundo capítulo (del Génesis), donde se dice que el Señor puso al hombre en el Jardín del Edén no como amo, sino más bien como administrador. A lo largo de la historia de la orden, los monjes benedictinos han tomado parte activa en los procesos naturales y en la configuración de la naturaleza... de manera tan inteligente que su proceder se ha revelado la mayoría de la veces com­ patible con la conservación de la calidad ambiental»56. 53. Thomas B e rry , Reverside Papers. Citado por ORTOLANI en Personalidad ecológica, 2.a ed., Puebla 1986, 79. 54. Lester R. B rown , State o f the World. 1988, New York 1988. 55. Robbin ATTFIELD, The Ethics o f Environmental Concern, Oxford 1983, 36. 56. Rene DUBOS, Un Dios Interior, Barcelona 1986, 147.

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