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RESPUESTA ETICA AL DESAFIO ECOLOGICO 93 Ahora bien, si Dios ha confiado al hombre la administración del univer­ so, lo primero que habrá que preguntarse es en qué consiste esta tarea, qué es lo que el Creador espera de nosotros. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, administrar viene del latín «minis­ trare» que significa servir. Por tanto, la administración consiste esencial­ mente en un servicio, en una ayuda, y el administrador es por naturaleza un servidor. Este es también el concepto bíblico de dominio de acuerdo con muchos exégetas de la Sagrada Escritura, en contra de aquellos escrito­ res que consideran que la expresión «dominar la tierra» es una invitación para que el hombre haga lo que le de la gana. Bratton, analizando el segundo relato de la creación, indica que la frase «el Señor Dios tomo al hombre y le puso en el paraíso para que lo cultivara y lo guardara»47, lejos de implicar un abuso despótico por parte del hombre, es una llamada de Dios a prestar un servicio. El verbo cultivar, «abad», conlleva la connota­ ción no solo de trabajar, sino de servir; mientras que «shamar» puede traducirse como vigilar o preservar. En consecuencia, considerar el dominio como la facultad del hombre de hacer lo que quiera en la naturaleza, un poder para oprimir a las criatu­ ras, para destruir la vida en vez de protegerla es contrario al sentido del primer libro de la Sagrada Escritura48. La historia del diluvio universal constituye un claro ejemplo del cuida­ do y la responsabilidad que la humanidad debe tener hacia la naturaleza. Como puntualiza Hiers, la tarea de Noé no se limitó a albergar a las criatu­ ras que necesitaba para atender sus necesidades durante el viaje, sino que da cabida en el arca a representantes de las demás especies, «su preocupa­ ción por acoger a todos los animales en el arca, mantenerlos durante el camino y dejarlos libres después, es un indicio de lo que la tradición en­ tiende por el dominio del hombre sobre las criaturas»49. Este concepto de poder limitado que Dios otorga al hombre en el paraíso persiste a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. Attfield, com­ parando la autoridad política de Israel con la de otros pueblos de la anti­ güedad, observa que los judíos nunca consideraron a sus autoridades polí­ ticas como monarcas absolutos, y que, aunque hubo reyes que abusaron en el Nuevo Testamento: I Cor 4, 1 y I P ed ro 4 , 10 no se refieren a la naturaleza, sino a los bienes espirituales (John PASSMORE, Man's Rcs/>onsability for Nature, New York 1974). 47. Génesis 2, 15. 48. Susan POWER B a r t t o n , Christian Ecoteology and the Old Testament, en Environ­ mental Ethics, vol. 6 (otoño, 1984) 195-209. 49. Richard H. HlERS, Ecology, Biblical Theology, and Methodology: Biblical Perspective on the Environment, en Zigon, vol. 19, n.° 1 (marzo, 1984) 43-59.

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