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90 ANDRES S. ALVAREZ es la capacidad para sentir placer o dolor37. Mientras que para Singer lo importante es la posesión de intereses que pueden ser beneficiados o perju­ dicados 38. Sin embargo, hay quien opina que la teoría de los derechos de los animales no es sostenible dentro del concepto tradicional del derecho, que conlleva la existencia de una comunidad moral en que los derechos y los deberes son recíprocos39. Pero tampoco se debe pasar por alto a aque­ llos modernos filósofos que sostienen que se pueden poseer derechos sin contraer al mismo tiempo obligaciones morales. A este respecto escribe McCloskery: «Mostrar que los animales no po­ seen ni pueden poseer derechos morales es distinto que afirmar que no tenemos deberes con respecto a ellos. Claro que tenemos muchos deberes importantes en el trato y cuidado de los animales. La afirmación sobre los derechos es que los deberes que tenemos no pueden basarse, ni lo están, en la posesión de estos por los animales»40. Por otra parte, la teoría de los derechos de los animales resulta insufi­ ciente para una ética de la tierra. El universo no se compone sólo de seres sensibles. Hay también plantas, elementos inanimados, ecosistemas. Una ética que se limite a regular únicamente nuestras relaciones con los anima­ les dejaría un amplio margen para el abuso y el desequilibrio ecológico. «No creo —dice Gunn—que una ética ambiental pueda basarse en los derechos de los animales... La pretensión de que los animales tienen dere­ chos es sólo relevante para una pequeña área de la ética ecológica»41. Por eso, parece más razonable afirmar que nuestras obligaciones hacia los ani­ males y demás creaturas no dependen de que estos tengan derechos, sino del reconocimiento del valor intrínseco que posee cada cosa, sean organis­ mos vivos, elementos inanimados o ecosistemas. El libro del Génesis precisa que la naturaleza era buena antes de la llegada del hombre. «Dios vio que todo era bueno». No solamente los animales, y las plantas, sino también, los océanos, el firmamento, el sol y las estrellas. Desconocer esta verdad es una invitación a la expoliación ambiental, ya que todo abuso, toda opresión estriba en el desconocimiento de la riqueza inherente al otro. A este res­ pecto escribe Heinegg: «todo lo que hay en el universo por su presencia 37. Tom R egan , A ll that dwell therein: Animal Rights and Environmental Ethics, Berke­ ley and Los Angeles 1982 y The Case o f Animal Rights, Berkeley y Los Angeles 1983. 38. Peter SINGER, Animal Liberation: A New Ethics for our Treatment o f Animals, New York. 39. John PASSMORE Man's Responsahility for Nature. 40. H. J. McCLOSKEY, Etica y Política de la Ecología, México 1988, 75. 41. Alastair S. Gunn, The Traditional Ethics and the Moral Status o f Animals, en Envi­ ronmental Ethics, Vol. 5 (verano 1983) 148.

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