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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 15 llamadas a los hombres? A través de la naturaleza (Act 14, 17), de la conciencia individual, de la historia y, en particular, de la historia salvífica, que culmina en Cristo, con todo lo que él significa. Como síntesis final de este punto digamos que Jesús es el llamante, pero, a su vez, es el llamado, el Llamado, el Elegido: Este es mi Hijo amado, mi Elegido (Mt 3, 17; 17, 5 y par.). Lo cual significa que toda otra elección, toda otra vocación, lo es en la medida en que participa de esta elección y vocación: somos llamados, elegidos, en el Hijo y gracias a él. Esta elección-vocación es llamada a la fe y a la obediencia o a la obediencia de la fe. No sólo no quita la responsabilidad, sino que la posibilita, la aumenta y la justifica 22. 2.°) El conocimiento del que nos llamó ¿Cómo es posible el conocimiento del que nos llamó si a Dios nadie le vió jamás? (Jn 1, 18; 1Jn 4, 12). Dios, que nos llamó, se hizo cognoscible, visible, en su Hijo. Es a él a quien conocemos directamente. Por él llega­ mos al Padre. Se trata del conocimiento del Jesús histórico y del Cristo de la fe. Un doble conocimiento: el histórico y el místico. La vida de Jesús en nuestro mundo fue la manifestación de Dios; ella revela el ser mismo de Dios y su voluntad salvadora23. Bajo la guía de los apóstoles —de la tradi­ ción apostólica, para ser más exactos—los creyentes pueden llegar al cono­ cimiento interno y misterioso de Jesús, el conocimiento que nos proporcio­ na la fe. El poder divino está a disposición de todo aquel que quiera llegar a la vida y a «la conducta recta». Es un poder que se logra a través del conoci­ miento. La razón de hablar aqui del conocimiento y no de la fe —que sería lo normal— debe buscarse en la acentuación de una compenetración o compresión más personal, más íntima y profunda. Este aspecto se pondría más de relieve hablando del conocimiento. Si se hablase de la fe, en lugar del conocimiento, este lenguaje podría dar pie para pensar en una autori­ dad impuesta desde fuera, una autoridad extraña y ajena a aquel que quie­ re beneficiarse del poder divino24. 22. R. P. MEDEBIELLE, Seconde Èpitre de S. Pierre, 485; L’efficacité de l’oeuvredivine est, toutefois, conditionné par notre coopération. Il faut, tout d’abord, qu’il y ait en nous un effort de conversion pour nous soustraire â la concupiscence mondaine et â la corruption morale qu’elle produit. 23. A. E. B arnett - E. G. H omrighaü SEN, First etsecond Epistles o f Peter , 172. 24. F. H auœ , Die Kirchenbriefe, 86.

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