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78 FELIPE F. RAMOS amó, egápesen , es el que hace posible el amor, agápe. Es la maravillosa manifestación del misterio del amor que nos ofrece la primera carta de Juan (1 Jn 4, 7ss). El que no ama, queda fuera del ámbito del amor, que es la vida; permanece en la muerte (1 Jn 3, 14). La realidad de la luz y de la vida se implanta en nuestro mundo en la forma del amor. Esta realidad se halla explícitamente afirmada en la segunda parte del versículo que consideramos como el más inportante del evangelio: ...para que todo el que crea en el no perezcan sino que tenga la vida eterna (Jn 3, 16b). Partiendo de la base esteblecida en el evangelio, las tres cartas de Juan ponen de relieve la interrelación y la referencia necesaria del amor de Dios o de Cristo con el amor mútuo. Las afirmaciones culminan en la célebre frase «Dios es amor». Una sentencia cuya veracidad se halla constatada por su acción: Dios envió a su Hijo al mundo de la muerte, para regalar la vida a los hombres (1 Jn 4, 9 )156. En el libro del Apocalipsis la teología del amor retrocede ante la necesi­ dad de destacar la teología de la permanencia. Asi lo requerían las circuns­ tancias de dificultades y de persecución por las que estaba pasando la comunidad cristiana. Ante ellas, el autor insiste una y otra vez en la necesi­ dad de permanecer firmes en la confesión cristiana de la fe. No obstante, el libro se abre con un himno al testigo fiel, al que nos amó, to agapónti emás (Apoc 1, 5); recuerda al lector que quien le habla (el que habla al autor del libro) es el que le ama, egó egapesá se (Apoc 3, 9); el destino de los que permanecen fieles es la ciudad amada, ten pólin ten egapeménen (Apoc 20, 9); evoca la gloria de los que tuvieron un amor mayor que el determinante de la vida persente (Apoc 12, 11). Tanta gloria futura explica la amenaza contra aquellos que perdieron el primer amor (Apoc 2, 4). Esta preeminencia del amor en el mundo joánico explica suficiente­ mente que el agápe polarice toda la atención del creyente; que el manda­ miento del amor haya absorbido todo otro quehacer; que todos los manda­ mientos, normas, indicaciones, preceptos, leyes, prohibiciones se hallen incluidos en el agápe; que éste sea auténticamente operativo tanto si se refiere a Cristo como a los cristianos; que el amor, en cualquiera de sus formas, se repita con grandiosa monotonia en los escritos joánicos157. Cuando Pablo habla del amor, siempre tiene como punto de partida el amor de Dios: Pero Dios probó su amor hacia nosotros... Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó (Rom 5, 8; 8, 37...). El agápe designa para Pablo la orientación de la voluntad soberana de Dios al mundo de los 156. EWNT, I, col. 28. 157. TWNT, I, 53.

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