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48 FELIPE F. RAMOS bondad y su justicia (Sal 145, 6s); su salvación o la ayuda dispensada a los hombres para remediar sus necesidades (Sal 71-75); su amor y su fidelidad (Sal 89, 2; 117, 2); su fortaleza (Sal 29, 5); sus juicios liberadores (Sal 147, 1 ss). Las alabanzas de Dios, tas aretás tu Zeú, son todas sus manifestacio nes a favor del hombre, que demuestran su trascendencia, magnanimidad y amor. El hombre «virtuoso» es el que se mueve en ese terreno y camina por esas sendas. La virtud es lo opuesto a la corrupción, de la que habla el texto de la segunda carta de Pedro, y que significa deterioro moral, ruina, descompo sición del ser, muerte; es el abandono del hombre a sí mismo, a su propia suerte y a sus únicas posibilidades, puesto que ha renunciado a una oferta superior que Dios le hace. En el polo opuesto está la virtud, que es, por tanto, la actitud del hombre que cumple en todo la voluntad de Dios90. El contexto histórico-filosófico en el que aparece la palabra «virtud» en el N. T. vincula a la palabra en cuestión la gran calidad de aquello a lo que se aplica. En referencia al hombre indica una conducta excelente. Vi viendo de ese modo el hombre se asemeja a los dioses y participa en su modo de ser. Esta actitud humana debe ser constante, no fluctuante, e implica, por tanto, fidelidad. Esta fidelidad se acentúa particularmente en tiempos de dificultad, cuando la conducta mencionada es reflejo de una mentalidad y de una ideología denunciadoras de las costumbres practica das en el entorno en el que vive el hombre «virtuoso». La fidelidad mante nida en circunstancias adversas implica, a su vez, el mérito. En nuestro texto de referencia, todo esto se acentúa al hacer de la virtud el fruto de la fe y del esfuerzo del hombre, añadido a la misma. Es sumamente importante destacar el primer aspecto: la virtud como fruto de la fe. Asi se pone de relieve el elemento sobrehumano existente en toda virtud cristiana. El verbo griego empleado para designar el esfuerzo humano, «poned todo vuestro empeño», epijoreo, implica la idea de algo que debe ser añadi do y que debe serlo mediante el propio quehacer laborioso91. De este modo se saldría también al paso de un falso paulinismo, que se apoyaría en la sola fides mal entendida, al estilo de lo que se hace en la carta de Santiago. Se respondería también a la mentalidad pretenciosa de los gnós ticos que, desde su pretendida participación en la naturaleza divina, se consideraban exentos frente a cualquier exigencia en el terreno ético- 90. A. STOEGER, Carta de San Judas. Segunda carta de San Pedro, 72. 91. EWNT, II, col. 115; W. B auer , Wórterbuch zum Neuen Testamente, in loco. Se afirmaría de este modo la necesidad de una auténtica colaboración entre el don de Dios y la ».uva del hombre.
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