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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 37 El caso de José de Arimatea puede aducirse en la misma línea (Jn 19, 38). ¿Qué fue de los demás magistrados que habían creido? No lo sabemos. Lógicamente debe pensarse que evolucionaron hacia una de estas dos posi­ bilidades: confesión adecuada de la fe cristiana e inserción plena en la Iglesia joánica y, a través de ella, en la Iglesia universal o abandono de una fe que un día les había llegado a entusiasmar. e) La f e que busca su fundamento La importancia decisiva de la fe, ¿tiene sus raíces en el Jesús de la historia?; ¿puede justificarse desde su predicación?; ¿no será fruto de la reflexión postpascual, sin justificación suficiente en la vida y en la predica­ ción de Jesús? 1.°) E l pensamiento de Jesús La cuestión es bastante compleja. La respuesta adecuada a la misma debe distinguir claramente dos aspectos o puntos diversos: Jesús no mani­ festó, durante su ministerio terreno, la necesidad de creer en él. El texto que podría aducirse en contra de esta afirmación: Y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mi, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y se hundiera en el fondo del mar (Mt 18, 6; tanto este texto como el paralelo de Me 9, 42, son de tipo redaccional). Sería una formulación posterior a la pascua. No es menos cierto, sin em­ bargo, que Jesús acentuó la radicalidad de la fe, afirmando su importancia decisiva, de una forma impensable para sus contemporáneos. Las afirma­ ciones sobre el poder de la fe: Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree (Me 9, 23) y los efectos desproporcionados que consigue con tal de ser, al menos, como un grano de mostaza (Mt 17, 19s) fundamentalmen­ te se remontan a él. Otro texto no menos significativo es el siguiente: En verdad os digo que si tuviéreis f e y no dudáreis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si dijéreis a este monte: «Quítate y échate al mar» se haría (Mt 21, 21 y el texto paralelo de Me 11, 23). Estas afirmaciones y comparaciones preten­ den enseñar que el creyente participa en el poder de Dios; que la fe no es una obra humana, sino el reconocimiento humilde de su incapacidad para conseguir algo que sólo puede lograrse mediante la confianza firme en la bondad infinita de Dios y en su poder salvador.

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