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36 FELIPE F. RAMOS miedo a la exclusión de la sinagoga, a la excomunión, y la preferencia de la gloria de los hombres sobre la de Dios (Jn 12, 43). ¿Qué significa esto en un lenguaje más cercano a nosotros? La exclusión o excomunión de la sinagoga llevaba consigo graves perjuicios: los herejes eran tratados como los paganos, que no eran mejor considerados que el ganado menor. En consecuencia, los afectados por el decreto de excomunión perdían su situa­ ción social. Lógicamente, los más perjudicados eran la clase alta, los magis­ trados, los fariseos, los que mejor posición social tenían. La manifestación pública de la fe cristiana o la simple exteriorización de su simpatía hacia ella, significaba para ellos la pérdida de su posición social y de todos los privilegios que ella comportaba. Estas consecuencias tan graves —las de siempre ante causas análogas—convirtieron a aquellos creyentes en vergon­ zantes. En el lenguaje del evangelista esto sginifica preferir la gloria de los hombres a la de Dios. La comunidad joániza, sometida a presiones y a persecuciones más o menos veladas, estaba más que necesitaba de la solidaridad y del apoyo de sus correligionarios poderosos e influyentes. La situación precaria de aque­ lla comunidad cristiana explica en buena medida la insistencia en el man­ damiento del amor, que debe crear una comunidad de hermanos solida­ rios. Esto lo sabían muy bien aquellos magistrados que habían creido en Jesús —lo saben muy bien los creyentes «importantes» de siempre— pero no se atrevieron a ser coherentes con las exigencias de su fe. Prefirieron la gloria de los hombres a la de Dios. La gloria de los hombres significaba entonces —lo significa siempre— colaboracionismo y silencio, aprovecha­ miento de la situación social en que uno vive. La gloria de Dios significaba entonces —lo significa siempre— solidaridad con el necesitado y con el perseguido, sobre todo con el perseguido a causa de la fe, incluso con el riesgo de perder la situación social, los privilegios económicos, el aprecio, la estima, el prestigio, la fama e incluso la vida misma. Este riesgo hizo, y hace, que muchos creyentes fuesen y sean vergonzantes67. ¿Cuál fue la suerte última de aquellos creyentes vergonzantes? Desco­ nocemos la suerte de «aquel grupo». Sabemos, sin embargo, que los cre­ yentes vergonzantes no tienen futuro. Llega un momento en el que la mar­ cha de los acontecimientos les obliga a salir de su clandestinidad. Este fue el caso de Nicodemo, que reaparece defendiendo indirecta y débilmente a Jesús (Jn 7, 50-52), con evidente riesgo para su prestigio personal, como nos hace suponer el texto. Reaparece en el momento de dar sepultura al cadáver de Jesús (Jn 19, 39), jugándose también su prestigio personal. 67. F. F. R a m o s , Seguimiento y persecución, en Studium Legionense 1983, 33ss.

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