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32 FELIPE F. RAMOS oferta que Dios nos ha hecho en su Hijo: Porque si proclamas con tu boca que Jesú s es el Señor y crees con tu corazón que Dios le ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. En efecto, creyendo con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios y proclamando con la boca se alcanza la salvación. Pues dice la Escritura: «Quienquiera que ponga en él su confianza no quedará confundido» (Rom 10, 9-11)58. Desde este texto fundamental de la teología paulina nos atreveríamos a definir la fe como la sumisión al único camino de salvación abierto por Dios en Cristo para el hombre. Hablar de «sumisión» en nuestro mundo tan marcado por la independencia y por la autonomía es, al menos, arriesgado. ¿Cómo debe entenderse dicha «sumisión»? Para poder ser aceptada tiene que tratarse de una sumisión humana. Por consiguiente, debe suponerse la decisión libre del hombre. La decisión personal es algo irrenunciable para el hombre; ella es constitutiva de la vida, de la existencia auténtica. Hoy estamos particularmente sensibilizados en este punto. No consentimos que nadie decida por nosotros. Debemos decidir nosotros para poder hablar de una realización plenamente humana. El problema es saber si la decisión resuelve o no el misterio de la existencia. La experiencia nos dice que no lo resuelve. Contando única­ mente con las posibilidades humanas, llega el momento en el que el hom­ bre se encuentra en situaciones límite, donde la existencia se estrella inde­ fectiblemente. Como hombres creyentes aceptamos el principio de la deci­ sión, pero decisión ante ese camino único de salvación abierto por Dios en Cristo para el hombre. Como toda auténtica decisión humana, la de la fe debe ser aceptación y apropiación del don de la gracia o de Dios que se da como gracia, que le es concedida al hombre como posibilidad de una realización total de la existencia La consideración y el anuncio de la muerte y resurrección de Cristo, consideradas como la salvación definitiva realizada por Dios para que el hombre pueda beneficiarse de ella, implican para Pablo la justificación por la fe. Si hubiesen sido suficientes las obras del hombre, Dios no hubiese intervenido de manera tan decisiva: Dios nunca ahorra al hombre lo que este debe hacer. La lectura de los textos puede darnos incluso la impresión de que lo único importante y decisivo es el contendio de la fe: Jesucristo cruci­ ficado (Gal 3, 1). Sin embargo, aun en esos mismo textos aparece también como importante y decisivo el elemento humano. Es la obediencia de la fe lo que comunica el Espíritu, no la obediencia de la ley (Gal 3, 2. 5)59. 58. J. B. BAUER, Fe, en Diccionario de Teología Bíblica, Barcelona 1967, col. 396-398. 59. Reallexikon für Antike urtd Christentum, Glaube, XI, col. 69.

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