PS_NyG_1990v037n001p0007_0080

CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 27 me envió mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar (Jn 9, 4). Sin el esfuerzo humano la vocación cristiana no se verá consolidada y lo que comenzó con entusiasmo no llegará a la perfección, tal como Dios lo quiere: Cierto que el que comenzó en vosotros la obra buena la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús (Fil 1, 6). La diligencia suena a sacrificio y, naturalmente, puede carecer de atrac­ tivo inmediato, pero es el único camino para que la llamada de Dios sea eficaz en nosotros. Las «siete» virtudes Respuesta integral del hombre en su totalidad, sin distinción ni reservas de parcelas en la complejidad de su ser. Eso es lo que significan las siete virtudes que el texto de la segunda de Pedro deduce de la fe. Esta constitu­ ye la respuesta fundamental o el fundamento más sólido de la reacción del hombre ante la acción previa de Dios en él. De ella, de la fe, se deducen las siete virtudes aludidas. Desde el simbolismo bíblico-semítico del número siete, que indica plenitud y totalidad, el lector debe entender que, en la organización de la vida cristiana, todo se deduce de la fe. Las virtudes «aña­ didas» por nuestro texto a la respuesta básica de la fe son las que configuran la vida cristiana. La fe es el fundamento. Las siete virtudes la suplementan. La vida cristiana se configura o perfila en el desarrollo de las siete virtudes mencionadas, que son como irradiaciones o emanaciones de la fe49. La serie de virtudes, actitudes o gracias —aspectos diversos que conflu­ yen en todas y en cada una de ellas—constituyen una unidad. La concate­ nación o forma de cadena demuestra que cada una es distinta de la otra, pero no es ni autónoma ni independiente de la otra; cada una se halla unida a las otras por un consistente hilo conductor. El autor utiliza el recurso estoico llamado prokopé, que significa progreso o desarrollo. La vida espiritual es entendida como una semilla o germen existente en el hombre, que progresa o se desarrolla mediante el esfuerzo humano, de tal manera que, en la ascensión a la conquista de la virtud, un escalón lleva al siguiente, y cada subida requiere la colaboración del esfuerzo humano con el germen divino. Asi lo piensa también el apóstol Pablo (Gal 1, 14). En nuestro texto se halla implíctio este progreso-desarrollo en el verbo utilizado para indicar al lector lo que debe «unir o añadir» a la fe. Dicho verbo era empleado en la antigua Atenas para indicar la participación de 49. F. HAUCK, Die Kirchenbriefe, 87; A. E. BARNETT - E. G. HOMRIGHAUSEN, First and Second Epistles of Peter, 175.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz