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26 FELIPE F. RAMOS que Dios ha hecho al hombre para que éste pueda escapar de la corrup­ ción. Es una síntesis de la primera parte, de la acción previa de Dios. Sobre el fundamento de la realidad cristiana debe desarrollarse la exis­ tencia cristiana concreta; la historia salvífica desde el protagonismo personal de aquellos para los que fue pensada; la aceptación agradecida de oferta tan generosa y gratificante. Es un anticipo de lo que será la segunda parte, la reacción-respuesta del hombre. Reacción-respuesta que debe ser personal, humana, montada en la propia decisión y en el esfuerzo concreto, alejada de toda pasividad y actuación mágica. La sabia pedagogía divina nos obliga a conquistar con nuestro esfuerzo constante lo que es don inmerecido. Es aqui donde se hace necesario calcular el equilibrio indispensable entre la gracia y el quehacer; entre el don y la exigencia; entre el regalo y el merecimiento; entre la oferta gratuita y la aceptación generosa y laboriosa de la misma. La asimilación de las más valiosas y sublimes promesas exige el esfuerzo humano para que sea verdaderamente personal. La segunda parte del texto que comentamos comienza con el mandato que nos dirige para que ponga­ mos todo nuestro esfuerzo, todo el empeño posible, en responder de una manera digna y concreta en «unir a vuestra fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento...48. Al hombre se le imponen unas exigencias ineludibles que debe cumplir para que el designio o el plan divino se haga realidad en él. El celo del Señor, que ha hecho maravillas por nosotros, debe ser correspondido con nuestro celo. La diligencia debe ser constante, no sólo momentánea; más que de entusiasmo fogoso debe hablarse de tenacidad inquebrantable en la causa por la que vivimos y luchamos. Al entusiasmo inicial no puede seguir la apatía enervante. Una vez iniciada la respuesta del esfuerzo humano, la tarea es sumamente seria y urgente. Se halla expresada en la imagen del saludo, que es entretenimiento y pasatiempo. Pues bien, «no saludéis a nadie por el camino» (Le 10, 4). El apóstol Pablo habla de la necesidad de desarrollar personalmente, y con temor y temblor (1 Cor 2, 3), las exigencias implicadas en la salvación ofrecida por Dios: los dones exigen correspondencia; los privilegios hacen surgir las obligaciones. Más que en ningún otro campo, en éste la dignidad obliga. El mismo Jesús experimentó la sensación de urgencia en su esfuerzo personal para cumplir su misión: Es preciso que yo haga las obras del que 48. Las doce veces que la palabra griega spudé, que traducimos por «esfuerzo o empe­ ño», aparece en el Nuevo Testamento, tiene el sentido o bien de rapidez y urgencia o bien de ardor y corage. Este segundo sentido es el que subraya la segunda de Pedro (EWNT, III, col. 638. TWNT, VII, 559-568).

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