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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 25 se opone a la muerte eterna, que es la verdadera corrupción. Son dos realidades o filosofías de la vida que se auto-excluyen. Quien quiera parti­ cipar de la vida divina, debe evitar la corrupción, controlando sus apetitos desmedidos, relativizando el valor del mundo, que los excita, resistiendo al mal, al pecado, en todas sus formas de oposición al mundo de Dios47. Una última cuestión, que no aparece con claridad en el texto: ¿es nece­ sario evitar la corrupción para poder participar en la naturaleza divina, en las valiosas y sublimes promesas, o la corrupción se evita después de la mencionada participación? ¿Se participa primero en la naturaleza divina y después se evita la corrupción o se elimina primero ésta para tener acceso a la otra? Los interrogantes están mal planteados. No se trata de describir dos momentos cronológicamente separados. Se trata de poner de relieve la absoluta incompatibilidad entre ambas filosofías de la vida. El poder divi­ no, las valiosas y sublimes promesas, la gloria y el poder, la participación en la naturaleza divina, están esencialmente destinadas a destruir la corrup­ ción. Pero, como dijimos más arriba, no lo hacen mágicamente; lo realizan en la medida en que el hombre las acepta mediante la fe y el consiguiente esfuerzo para observar la conducta recta y adecuada; lo consiguen si el intento de «desmundanización» es sincero, aunque laborioso y paulatino. Es una confrontación tan permanente como la vida misma. La acción-ini­ ciativa divina está siempre a disposición del hombre; y esta constancia debe ser también la característica de la reacción-respuesta del hombre. No es una cuestión cronológica, sino teológica y existencial. II. LA RESPUESTA-REACCIÓN DEL HOMBRE Nos ha sido concedido todo lo referente a la vida y a la conducta recta Evidentemente, nos ha sido concedido por Dios. El es el concesionario; el que nos ha llamado; el que nos ha concedido las más valiosas y sublimes promesas; el que nos ha dignificado tanto que podemos llegar a participar en su propia vida, en su ser, en la naturaleza divina. Y estas insospechadas promesas e inimaginables concesiones han llegado a ser una realidad cerca­ na al hombre gracias al conocimiento de quien las posee en sí mismo. Un conocimiento asequible a nosotros gracias a su gloria y a su poder que, más en concreto, son el mismo poder divino tal y como el Padre lo ha dado a conocer en su Hijo, nuestro Señor. Esta es la realidad cristiana; la historia salvífica considerada desde su Protagonista principal; la gran oferta 47. A. STOEGER, Carta de San Judas. Segunda carta de San Pedro, 70.

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