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2 2 FELIPE F. RAMOS de ser ayudado, llevado, sostenido por Cristo y por su poder en todo momento: Todo lo puedo en aquel que me conforta (Fil 4, 13). Pensamiento que se halla expuesto con la misma fuerza y convicción en las cartas deute- ro-paulinas: Doy gracias al que me ha fortalecido, nuestro Señor Jesucristo, porque me ha juzgado digno de confianza al encomendarme el ministerio (1 Tim 1, 13; 2 Tim 4, 17). La participación en la naturaleza divina como realidad presente deses- catologuiza la esperanza cristiana; le hace perder su casi único aspecto de futuridad; acentúa más el momento presente que la consumación final, a la que, en cualquier caso, sigue caminando el creyente. La segunda carta de Pedro tomó este término de la gnosis e intentó utilizarlo como el medio más adecuado para una puntualización de la esperanza escatológica39. Participar en la naturaleza divina es disfrutar ya, aquí y ahora, del poder salvífico del evangelio. La novedad de la segunda de Pedro, al utili­ zar esta expresión solitaria en el N. T., significó, sobre todo, un gran es­ fuerzo y no menor valentía para introducir en el campo de la salud-salva- ción la concepción helenista de sustancia. Pongámonos en su caso y hagá­ monos la pregunta que él se hizo: ¿Cómo es posible que al hombre le haya sido concedido todo lo relativo a la vida y a la piedad? Para responder esta pregunta, nuestro autor recurre al pensamiento griego: esto ha sido posi­ ble, afirma, porque al hombre se le ha dado participación en la naturaleza divina. Por tanto, dicha participación es efecto del poder divino; él es el medio para lograr dicha participación; fuera de él no existe esta posibilidad para el hombre. El poder divino, pensado o imaginado como sustancia individual, como poder personal o personalizado, como fuerza creadora (asi presenta el helenista Lucas el poder divino en el relato de la Anuncia­ ción).... el poder divino asi entendido es difusivo de sí mismo, se expande, comunica lo que él es, sustancia divina y, consiguientemente, proporciona, concede gratuitamente la participación en la naturaleza divina40. Digamos* como precisión final, que la segunda de Pedro no considera a Cristo, al poder divino, como un modelo que viene del exterior. Es un poder interior41. Es fuerza creadora y poder personal transformante de la vida: Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en e l Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mi (Gal 2, 20). El apóstol Pablo experimentó intensamente, y no sólo él, por supuesto, una participación profunda e íntima y una comunión vital con Cristo. 39. TWNT, IX, 269. 40. TWNT, n, 310. 41. A. E. B arnett - E. G. HOMRIGHAUSEN, First and S econd Epistles o f Peter, 174.

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