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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 21 evangelio. La participación en la naturaleza divina se llevaba a efecto me­ diante la gracia santificante, presentada desde una excesiva cuantificación objetivable: los grados de gracia considerados como granitos de arena... La participación actual en el ser divino y sus poderes, es decir, la divi­ nización del hombre, no es otra cosa que la vida de comunión con Dios a través del Espíritu. En el marco de las religiones es el cristianismo el que ofrece esta peculiaridad: exalta, por un lado, la trascendencia divina, su eternidad, su infinitud, su inmutabilidad y, por otro, eleva hasta alturas insospechadas lo caduco y finito, lo bajo y pecador. Es el Dios bíblico quien ha hecho posible la unión de lo trascendente y de lo inmanente. Esa es la trayectoria de la historia bíblica, que alcanzó su culminación en Cris­ to. Una participación que no es absorción en la divinidad, al estilo de lo que ocurre en algunas religiones mistéricas. Esto destruiría la personalidad humana y haría imposible la comunión. Dicha participación debe verse en el terreno relacional: relación de inti­ midad con Dios a través de la pesencia operante del Espíritu en el hombre. Fue el poder del Espíritu el que creó la existencia de Jesús; el que guió todos sus pasos. Y es este poder del Espíritu el que vendrá sobre los apóstoles, sobre la Iglesia, sobre los creyentes. Esta es la promesa de Jesús (Le 24, 48s). En la predicación del evangelio, en el evangelio aceptado en la fe, se hace presente Cristo, Cristo en cuanto pneuma: Porque el Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad (2 Cor 3, 17). Al afirmar que el Señor es el Espíritu se está diciendo que, en el Señor, está presente todo el mundo divino. El Cristo presente, aceptado en la fe, es el mismo poder de Dios, dynamis Zeú , sobre el que se construye la nueva existencia del hombre, la vida cristiana. Los creyentes construyen su vida sobre el poder salvífico de Cristo, que no es algo perteneciente al pasado, sino una realidad presente, actuada en ellos a través de la acción del Espíritu: Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y os permite clamar: «Abba», es decir, «Padre». Es el mismo Espíritu que se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él (Rom 8, 14-17). Desde está unión con Cristo se explican las manifestaciones relativas a la pertenencia mútua del Señor y de sus apóstoles38. Pablo tiene conciencia 38. TWNT, II, 313.

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