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20 FELIPE F. RAMOS consideraba la participación en la naturaleza divina como algo propio y peculiar del hombre34. Las religiones o cultos mistéricos intentaban dicha participación mediante actos litúrgicos y experiencias extáticas, emotivas, alienantes. Intentaban más la unió que la conmunio con la divinidad35. Esta mentalidad contraponía lo terreno-material y lo divino-espiritual. El ideal era liberarse de lo primero y alcanzar lo segundo. Asi el hombre se liberaba de la corrupción y de la esclavitud y alcanzaba la inmortalidad y la libertad. El mismo N. T. es un testigo cualificado de esta mentalidad: les prometen libertad, ellos que son esclavos de la corrupción, porque cada uno es esclavo de aquello que le domina... (2 Pe 2, 19; otros textos importantes tenemos en Rom 8, 21; 1 Cor 15, 42. 50). El adjetivo «partícipe», nuestro texto lo utiliza en plural, koinonoi, puede entenderse de la participación en la naturaleza o en alguna forma determinada, bien haya sido recibida-heredada o bien haya sido adquirida. Los hijos participan en la carne y en la sangre, en la naturaleza humana mortal (Hebr 2, 14). Cristo participó también en ellas con la finalidad de superar la muerte. En esta línea debe entenderse nuestro texto: la reden­ ción es entendida como una liberación de la transitoriedad terreno-natural para participar de la naturaleza divina de una forma permanente36. En todo caso, aunque no tengamos ni un sólo paralelo en el N. T., la realidad significada en ella es patrimonio común del mismo. Es la misma realidad que expone Pablo cuando habla de la filiación divina y del don del Espíritu Santo37. Los creyentes participan, ya ahora, de la realidad que existía en Cristo, aunque estuviese escondida: su filiación divina. Frente a las especulaciones griegas sobre la participación del hombre en la naturaleza divina, el autor de la segunda de Pedro subraya que esto sólo es posible mediante el conocimiento de Cristo y la consiguiente comu­ nión en su gloria y su poder. De este modo «cristianizó» nuestro autor la expresión griega. La afirmación de la segunda carta de Pedro actualiza o presenta como una realidad ya existente dicha participación. Para la teología griega poste­ rior esta «divinización del hombre» constituyó el contenido principal del 34. Ch. BlGG, The Epistles o f St. Peter, 256. 35. TWNT, m , 799-800. 36. TWNT, III, 804. Ver en especial la nota 50 en la que se aduce una expresión similar de Filón de Alejandría. Las dos palabras «naturaleza divina», zeias fysis, son de procedencia griega: zeios, de uso frecuentísimo en el helenismo, sólo aparece en nuestro texto y en Act 17, 29, donde Pablo, en el Areópago, hagla de lo divino. Con la palabra fysis ocurre lo mismo: el vocablo, tomado de la naturaleza, es trasladado al terreno de lo divino para descri­ bir la salvación. TWNT, II, 310. EWNT, II, col 338; III, col. 1063. 37. E. M. SlDEBOTTOM, James, Jude, 2 Peter, 107.

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