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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 19 En ambas frases se estaría diciendo lo mismo. Las promesas valiosas y sublimes tienen su centro de gravedad en lo referente a la vida y a la conducta digna. No obstante, la segunda frase no se limita a repetir la primera sino que ofrece unos aspectos un tanto diferentes en relación con ella: al ser promesas, miran al futuro. Sin embargo, para anunciarlas, se utiliza el verbo en perfecto, lo cual apunta hacia algo que ya ha tenido lugar, pero que, por otra parte, sigue siendo válido y operante en el presen­ te. Al ser promesas gozan de la seguridad y del poder eficaz de quien las hace. Se trataría, por tanto, de rubricar con la firmeza divina aquello que ya nos ha sido concedido. Al ser promesas implican una exigencia de com­ portamiento digno por parte del destinatario de las mismas. El hombre, al vivir de las promesas, tiene que esforzarse por vivirlas anticipadamente y por no hacerse indigno de ellas. Las promesas sublimes y valiosas se refieren a la vida eterna, al perdón y a la gracia, a todo aquello que pertenece a la salud total del hombre32. Son unas promesas de las que el divino poder, Cristo mismo, con su gloria y virtud, es el garante. El ha dejado su garantía en la acción de su Espíritu en el hombre. Las promesas valiosas y sublimes tienen su fundamento no sólo, no tanto, en la palabra de Cristo como en su mimo ser33. Los cristia­ nos participan en aquello que estuvo oculto en Cristo durante su vida terrena, pero que los apóstoles pudieron contemplar en la escena de la transfiguración (2 Pe 1, 16); pueden participar en un mundo en el que la muerte y la corrupción han sido superadas, en el que la vida de Dios aparece en plenitud. e) Participación en la naturaleza divina A la hora de explicar este punto, lo primero que debe afirmarse es que el hombre no posee la naturaleza divina; participa en ella, que no es lo mismo. Suponiendo que el premio gordo de la lotería fuese absolutamente inalcanzable, podría servirnos como punto de referencia. Nadie lo posee; son muchos los que pueden tener una participación, más o menos grande, en él. El hombre no posee la naturaleza divina, pero puede participar de ella. La expresión no pertenece al mundo bíblico; es corriente en el mundo griego y refleja la mentalidad helenista. Pero, en la pluma del autor de la segunda de Pedro, ha sido «cristianizada». En él la frase no es estoica ni platónica. Es un reto y una esencial corrección de dicha mentalidad, que 32. A. E. B arnett - E. G. HOMRIGHAUSEN, First and Second Epistles o f Peter, 173. 33. F. HaüCK, Die Kirckenbriefe, 80.

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