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CONFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 17 es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo (2 Cor 4, 6). Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Señor que es Espíritu (2 Cor 3, 18 ) 21. Cuando el texto de la segunda de Pedro afirma que Dios nos llamó por su gloria se está refiriendo al modo concreto como se realiza la vocación de Dios: a través de su Hijo, que es su gloria. La «gloria» de Cristo implica todos aquellos aspectos que, de alguna manera, demuestran la filiación divina de Jesú s28. No sólo ni primeramente los milagros, sino toda su vida y su muerte. Para el evangelio de Juan la manifestación de la gloria se acentúa en la pasión. Junto a la gloria, el autor de la segunda de Pedro menciona la «virtud», que nosotros hemos traducido por «poder». La virtud, areté, referida a Dios o a Cristo, puede resultar un concepto ambiguo. De hecho, en la segunda de Pedro, la areté es posesión de Cristo; es algo por lo que deben luchar los discípulos, que deben «añadirla» a la fe; es algo que rechazan los falsos doctores. Jesús, lo mismo que es la manifestación de la gloria de Dios, es también el reflejo de su poder. Lo mismo que determinadas plantas poseen «virtu­ des», poder de curar o de matar, asi puede hablarse de la virtud que existe en Jesús. Los evangelios nos hablan de dicho poder: por él realizaba mila­ gros y signos; impresionaba a la gente por su forma de enseñanza. Era un poder cercano, atractivo, beneficioso (aunque amenazante para los que no lo acogiesen como llamada de Dios, Mt 11, 21-24). Un poder distinto e incluso contrario a lo que los hombres entendemos por poder. La peculia­ ridad de dicho poder obliga a destacar otra dimensión de la virtud o areté de Cristo: es la bondad moral implicada en la gloria. El vocablo ha sido utilizado intencionadamente para poner todo el énfasis posible en el conte­ nido moral de la gloria. Es el aspecto esencial que distingue al cristianismo auténtico de las desviaciones heréticas, que tiene delante el autor de la segunda de Pedro cuando escribe. La dimensión moral implicada en la gloria se expresa en el esfuerzo exigido al hombre para que pueda llegar a participar de todo lo relativo a la vida en sentido pleno. 27. Es uno de los aspectos recogidos posteriormente en nuestro credo, al presentar a t. risio como «lumen de lumine». Cristo es el reflejo de la gloria de Dios. Una gloria que se h.illu asociada con la luz por tratarse del elemento más inmaterial —el fuego, la luz—de los cuatro que, según la mentalidad antigua componían el universo. 28. A. E. B arnett - E. G. H o m rig h au sen , First and Second Epitles o/Peter, 173.

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