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442 JOSE-LUIS RODRIGUEZ MOLINERO en orden a conseguir lo que en algún momento Gehlen llega a calificar como «la hominización del hombre»33. Para confirmar que esta exigencia de la acción, en cuanto determinada por la especial y deficiente constitución orgánica del hombre, es real, Gehlen intenta apoyarse incluso doctrinalmente en textos de Schiller, de Herder y de Kant: «Por lo que me consta, ya en la Alemania de la época clásica hay un punto de partida que apunta en esta dirección, si bien fue sólo un esbozo que no tuvo pleno desarrollo. Son Schiller y Herder los autores en los que se encuentra tal concepción. En los animales y las plantas —dice Schiller en Sobre el encanto y la dignidad— la naturaleza no da solamente la determinación, sino que es ella mis­ ma la realizadora. Pero al hombre, en cambio, le da únicamente la determinación y deja a él mismo la tarea de cumplirla... Sólo el hombre en cuanto persona tiene el privilegio de intervenir, mediante su voluntad, en el anillo de la necesi­ dad que los seres puramente naturales no pueden romper, y de dar comienzo en sí mismo a toda una serie de fenómenos nuevos (ésta es la definición kantiana de libertad). El acto mediante el cual realiza esto el hombre se llama perferente- mente acción. Y asimismo Herder dice: no ya una máquina infalible en las manos de la naturaleza (es el hombre). El mismo se convierte para sí mismo en fin y meta de la propia elaboración»34. Kant, por su parte, en su pequeño escrito: Ideas para una historia uni­ versal desde el punto de vista cosmopolita afirma algo similar —estima Gehlen— al indicar que la naturaleza..., al dar al hombre la razón y la libertad de voluntad, le negó los instintos y la posibilidad de conservarse mediante un conocimiento innato: «El hombre más bien tuvo que producir todo por sí mismo. El hallazgo de los medios relativos a la alimentación, al vestido, a los medios de defensa y seguri­ dad externa (para lo cual la naturaleza no le dio ni los cuernos del toro ni las garras del león, ni la dentadura del perro, sino sólo las manos), todo el diverti- mento que puede hacerle agradable la voz, su perspicacia e incluso la buena disposición de su voluntad tendrían que ser obra suya (!). Parece que la natura­ leza se complació en esta su extremada economía y que midió las cualidades animales del hombre tan estrechamente, tan rigurosamente, por la necesidad suprema de esta existencia incipiente, como si hubiese querido que el hombre, desde la extrema barbarie, conquistase, con el propio trabajo, la máxima habili­ dad, la interna perfección del pensamiento y, en cuanto es posible en la tierra, la felicidad, de modo que todo fuera mérito suyo y no tuviese que dar las gracias más que a sí mismo»35. 33. Cfr. El hombre, 54. 34. Cfr. El hombre, 33-34. 35. Cfr. El hombre, 34.

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