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LA ANTROPOLOGIA DE LA ACCION DE ARNOLD GEHLEN 435 gía, alma y cuerpo, etc., han sido considerados como mundos extraños hasta hoy. Más todavía. Cuando se establece que el hombre es una unidad de cuerpo-alma y espíritu, esa afirmación que, desde luego, es demasiado abstracta, aunque es verdadera, lo es sólo desde el punto de vista negativo, puesto que rechaza, ciertamente, el dualismo abstracto pero no dice nada acerca del aspecto positivo sobre cómo se logra tal unidad. La tesis de la unidad de cuerpo y alma no domina o supera propiamente el dualismo de cuerpo y alma, de lo exterior y lo interior. Rehúsa abordar los problemas que están ahí implicados. No penetra en el nexo directo de lo corpóreo y lo psíquico. Además, si existe tal unidad de cuerpo y alma, ¿dónde estarían los conceptos o modelos para entender el alma y el espíritu desde el cuer­ po, o el cuerpo desde el alma y el espíritu? Frente a estas dos perspectivas, que acabamos de señalar, Gehlen trata, entonces, de ofrecernos su perspectiva personal, que es la única, según él, capaz de resolver los problemas suscitados por aquéllas, y la que se puede considerar como realmente adecuada para elaborar una verdadera Antro­ pología filosófica: la perspectiva que tiene a la acción por punto de partida y concepto clave mediante el cual se estructura y organiza la complejidad humana. Refirámonos, pues, ahora a esta perspectiva gehliana de la acción. Para estudiar y confrontar críticamente esta perspectiva gehliana de la acción no podemos olvidar el ámbito biológico en el que se encuentra insertada su concepción de la acción. Gehlen, según sabemos, estuvo vin­ culado en sus primeros momentos a tesis idealistas. Recordemos la gran influencia en él de Fichte. Sin embargo, posteriormente, rechaza cualquier posicionamiento que suene tanto a Idealismo como a Materialismo. En todo lo que ofreca «sospechas de ideología», llámese Idealismo, llámese Materialismo, Gehlen llega a ver el peor enemigo a causa del subjetivismo y relativismo que encierran y de la consecuente inseguridad personal y existencial que ofrecen. Frente a ambas corrientes, trata él de hacer valer un tipo de pensamiento empírico, de carácter biológico, pero que alcanza y da razón, según él, de lo que habitualmente calificamos como funciones espirituales del hombre: «Observamos siempre de nuevo —dice—que lo que se acostumbra a atribuir y reservar únicamente a aquellas funciones u operaciones espirituales es ya ‘tenido en cuenta previamente’ (vorberücksichtig) en los estratos vitales (in den vitalen Schichten). Las funciones vegetativas, sensoriales y motóricas operan, evidente­ mente, de una manera más rica espiritualmente de lo que el Idealismo quisiera conceder y de lo que el Materialismo pudiera conceder» 18. 18. Cfr. El hombre, 20.

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