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274 CELINA A. LERTORA MENDOZA turo un cómputo más exacto que el entonces existente acerca del tiempo transcurrido entre los sucesos. El tercero es propiamente astro­ lógico, menos importante en nuestra concepción moderna, pero intere­ sante por el uso que se hace en la búsqueda del sentido místico. Determinación cronológica La Biblia es un libro fundamentalmente histórico, a diferencia de los textos sagrados de otras creencias, como las hindúes, que son teó­ ricos o míticos, o los relatos imaginativos de la mitología griega. Esto significa en primer lugar que todos los personajes son reales; en segun­ do lugar, que las relaciones temporales que guardan entre sí están su­ ficientemente expresadas en el texto, como para que puedan deducirse de él con la ayuda de algún método eficaz. Estas son dos condiciones de la veracidad del texto bíblico, tal como se lo entendía unánimemen­ te en el medioevo. Sobre el primer punto, la cuestión no presentaba dudas, pues ni remotamente se consideraban hipótesis muy posteriores, como las generalizaciones patronímicas, las tipificaciones, la analogía con relatos míticos de otras civilizaciones, etc. Todos los personajes fueron tal y cual lo dice la Biblia. El segundo punto, en cambio, desde muy pronto comenzó a causar dificultades exegéticas. En efecto, las cronologías bíblicas, las referencias temporales, y las narraciones mis­ mas y sus secuencias, son muchas veces vagas, otras aparentemente contradictorias a textos paralelos, y aun, llevadas a la letra, dan resul­ tados absurdos, como la longevidad excesiva de algunos patriarcas, cer­ cana al milenio. Varias de estas dificultades fueron salvadas con hipó­ tesis ad hoc, explicaciones más o menos congruentes con una cierta mentalidad que veía todo el relato veterotestamentario lleno de un continuo actuar milagroso divino, más acusado cuanto más cercano a los orígenes. Aunque esto tenía el resultado indirecto y no querido, de empequeñecer el verdadero sentido del milagro, era al fin una solución, y se aceptaba. Pero algunos espíritus más inquietos, y Bacon se conta­ ba entre ellos, no se conformaban con estas elucubraciones pías. Si la Biblia es palabra revelada, debe ser la verdad por antonomasia, y co­ mo tal evidente y sin ambigüedades. Y si ello no nos parece así, es por­ que nuestro instrumento interpreativo falla en algún lado. Por tanto, si nuestros cálculos nos dan resultados aparentemente insatisfactorios —ya que no podemos admitir que la historia sagrada sea absurda— será porque nuestro sistema de computar el tiempo es equivocado. En

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