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252 CELINA A. LERTORA MENDOZA helenista, sino porque la entendió en sentido funcional. De allí que la mayoría de los ejemplos de las listas de palabras que propone sean casos tomados de la Biblia, y no sólo para el hebreo, donde es lógico, sino también para el griego. A Bacon no le interesaba el helenismo por sí mismo; no hay ningún ejemplo de los filósofos o científicos griegos, y sólo ailgunos pocos de poetas latinos clásicos. Le interesaba la gra­ mática como un instrumento exegético, y eso es perfectamente claro en su obra. Esta idea baconiana no despertó ecos de relevancia. Traducciones científicas siguieron haciéndose, pero con ese «método» casero e im­ perfecto tan criticado luego por los renacentistas. Incluso éstos, que retomaron el griego clásico, tampoco se ocuparon de observar las dife­ rencias con cuidado, y tuvieron en menos, como vulgar e inculto, el lenguaje bíblico, situación que duró por siglos 74. El magno programa del estudio de las lenguas como primer paso a la reforma de las traduc­ ciones murió con Clemente IV. La Vulgata parisina, en la última de sus correcciones de 1248, fue texto prácticamente oficial en todas las facultades de Teología, y hemos de esperar hasta bien entrado el rena­ cimiento, cuando, en pleno auge del humanismo, comienzan a impri­ mirse biblias políglotas, para ver plasmado en los hechos el ideal que Bacon había sostenido tres siglos antes 75. Viendo los acontecimientos con perspectiva histórica, hemos de reconocer que Bacon fue un verda- 74. El Concilio de Vienne de 1312 ordenó la enseñanza de lenguas orienta­ les para las universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca, pero esta orden no se cumplió con exactitud y la tradición de los primeros intentos se perdió rápidamente. Cfr. F. M ayer , Religión and Science in Roger Bacon, en Personalist 1948, s/v, 268. En el Renacimiento, Erasmo nota una diferencia entre la Biblia y el griego clásico, y considera al primero un griego popular, y Teodoro Beza lo atribuye a los hebraísmos tomados del Antiguo Testamen­ to. Hasta el s. XVIII no comienzan los trabajos serios y científicos para dis­ tinguir, y sólo a fines del siglo pasado, y gracias a los descubrimientos ar­ queológicos, se ha podido adelantar en este conocimiento, comenzando por Deissmann y Thumb, y luego Wellhausen, Dalmann, Wriddle, Vergote, Rife y otros. Indudablemente la teoría de la «inspiración verbal» y la falta de in­ terés por los estudios exegéticos del sentido literal, retrasaron este proceso. 75. La primera políglota fue la de Alcalá o del Card. Cisneros, quien con­ cibió esta idea en 1502. Varios lingüistas de fama trabajaron hasta 1514, en que se publicó el primer tomo, terminándose los 6 en 1517. Fue aprobada por León X el 22 de marzo de 1520. Esta políglota, llamada Complutense, trae el primer texto hebreo en una edición católica, y el de LXX es edición princeps; el latino es el de la Vulgata. Luego apareció la Políglota de Amberes en 6 vo­ lúmenes, editada de 1568 a 1572, y aprobada por Gregorio XIII el 22 de oc­ tubre de 1572. Otras son la de París, del s. XVII y algunas incompletas como la de Walton y la de Bertrán, llamada de Heidelberg.

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