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ROGER BACON: SUS IDEAS EXEGETICAS 251 derse correctamente dichas lenguas. Esto es verdad, pues la obra de Prisciano estaba casi perdida, y sólo recobro importancia en tiempos re­ nacentistas; la obra de Casiodoro tampoco era muy conocida. Los tra­ ductores íatinos de las obras científicas y filosóficas árabes y hebreas eran, en general, individuos provenientes de esas naciones, y que co­ nocían esas lenguas por sus antepasados. No era raro incluso el «mé­ todo» de la doble traducción: un lector que conocía, por ej., el hebreo, traducía éste a la lengua romance del lugar, y otro traducía a su vez ésta al latín académico. Las confusiones, errores, insuficiencias de todo tipo son muy conocidas y no es necesario detenerse en ello 73. En las obras profanas tal cosa era una necesidad, pues había que contar con traducciones latinas, aunque imperfectas, si quería incorporarse su con­ tenido a los planes de enseñanza universitaria. En cambio con la Biblia no se planteaba ese problema, pues se daban por buenas las versiones existentes. Esta situación es la que exaspera a Bacon. Porque si todos sentían la necesidad de profundizar los estudios lingüísticos para tra­ ducir mejor obras de filosofía, astronomía o medicina, parece aún más importante saber lenguas para leer correctamente la palabra de Dios, que vale más que la de los hombres. Por eso, al contrario de otros con­ temporáneos, como Grosseteste, Adam March y Tomás de York, que se ocuparon de lenguas sólo para traducir a los escritos científicos ára­ bes, Bacon concibió la idea de elaborar una gramática que sirviera pre­ ferentemente a los teólogos, para que, conociendo bien los originales, pudieran hacer una nueva traducción, o mejorar las existentes. Este punto es el que nos parece más llamativo y digno de destacarse. Bacon es el primero, hasta donde sabemos, que en pleno medioevo concibió la idea de una gramática de griego bíblico, no en el sentido de que hu­ biera apreciado las diferencias lingüísticas entre el griego clásico y el 73. G. Thery (a. c., en nota 1) ha señalado la crítica baconiana al método de la lengua intermedia. Los errores en las obras filosóficas y científicas eran muchos más y más graves, como es de presumir por la materia y por la inexistencia de antecedentes. Como ejemplo de este problema en materia filosófica, M. T. D ’A lverny, Les traductions d ’Avistóte et de ses continuateurs, en Revue de Synthèse XII Congrès Int. d'Histoire des Sciences 89 (1968) 125- 144, donde puntualiza que Gerardo de Cremona y Michel Scoto sin duda se sirvieron de acólitos (p. 134) pero no Grosseteste y Miguel de Efeso (ambos del grupo oxoniense). Nicolás, de la misma escuela, solucionaba la cuestión de la exactitud poniendo varias lecturas latinas equivalentes a un mismo tér­ mino. Evidentemente todas las traducciones (teológicas, científicas o filosó­ ficas) que se hacían con una lengua intermedia tenían más errores, y la au­ tora concluye afirmando que no hay que admirarse de ellos, sino de que aún no hubiesen sido más numerosos (p. 140 ss).

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