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ROGER BACON: SUS IDEAS EXEGETICAS 371 tida con una filosofía, que en sí es ajena al mismo cristianismo, como la aristotélica. También recelaba de la formulación de los problemas teológicos en forma de questiones (análogas a la filosofía y al derecho) en vez de fundarlos en la misma Biblia. La teología ha seguido exacta­ mente el camino inverso, y durante siglos se ha enredado en polémicas verbales, surgidas de problemas más propios de la filosofía que de la teología, y debiendo incorporar como propedéutica, en vez de las len­ guas y las ciencias, una filosofía «escolástica» o aristotélica ad hoc, don­ de se hacían y se «justificaban» distinciones necesarias no a la filosofía sino a la formulación de ciertos misterios cristianos en la terminología de esa filosofía. Pensemos en la controversia sobre la Eucaristía y la cuestión de los accidentes absolutos; los arreglos a la definición (física) del lugar de Aristóteles para explicar «dónde» están los cuerpos de Jesús y de María y tantas otras. Hoy la teología sistemática parece estar en revisión, y ya no acep­ ta las formulaciones postridentinas, dichas en un lenguaje filosófico que no es el de nuestra época. Pero en cierta medida ha caído en lo mismo, pues parece limitada a reemplazar la caduca terminología escolástica, que no es idioma aceptable hoy por los filósofos ni por el hombre culto común, por otros conceptos filosóficos tomados de otras corrientes más actuales. Algunos teólogos toman hoy a Heidegger y lo «cristianizan» como en el s. XIII lo hicieron con Aristóteles. Bacon vio claramente que eso no funcionaba; antes de él lo vieron Grosseteste y Peccam, pero no fueron tampoco escuchados. He aquí un caso en que la histo­ ria no parece haber enseñado gran cosa a la posteridad. 2. A specto sistemático Podemos preguntarnos —y la pregunta es pertinente— qué valor tiene actualmente el pensamiento de Bacon. La respuesta es difícil, porque las teorías filosóficas y teológicas no son como las científicas, no progresan por acumulación y por abandono de las antiguas desecha­ das o falsificadas, sino que gozan de períodos de auge, luego parecen seguir una vida latente y subterránea hasta que otra época, más sensi­ ble a sus planteos, las retoma y las revitaliza. Hoy podríamos decir que estamos en una época sensible a la tradición franciscana a que Bacon pertenecía. Y la prueba no es sólo el florecimiento de los estu­ dios sobre estos autores, sino el afán, notorio y confesado, en revalo­ rarlos a la luz de la ortodoxia. En otros términos, muchos de estos ig-

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