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370 CELINA A. LERTORA MENDOZA que generalizó y dio un fundamento racional a una práctica que él co­ nocía y que era común en Oxford en los primeros decenios del siglo. Por tanto, no es posible juzgarlo como exégeta en concreto, sino como teórico, y en ese sentido sus teorías son susceptibles de una valoración positiva. 6.° Bacon no tuvo seguidores estrictos de su método. La idea de la reforma eclesiástica, que estaba en la base de todas sus elaboracio­ nes no llegó a cumplirse; la teología se encarriló definitivamente hacia la dogmática, y los exégetas tampoco se ocuparon ni de incorporar da­ tos científicos ni de mejorar la gramática. Vista desde nuestro siglo, la suya parece una opinión aislada, que sólo muy parcialmente tuvo ecos en su tiempo, y prácticamente ninguno luego de su muerte. 7.° No obstante, puede decirse que las admoniciones y los peligros que Bacon señalaba se han cumplido. Estos peligros que veía inminen­ tes —en lo que atañe a nuestra materia— eran los siguientes: a) Pérdida del contacto directo con los textos antiguos y con los códices de lecturas más seguras, con la consecuencia de admitirse co­ mo válidas versiones erróneas. En efecto, la Vulgata parisina, con bas­ tantes fallos, fue durante siglos tenida como «auténtica», y hasta hace pocos años los teólogos católicos tenían la obligación de atenerse a ella, a pesar de sus ostensibles errores. Quizá si se hubiese seguido la idea baconiana, y se hubiesen cumplido las prescripciones del Concilio de Vienne que ordenaba el estudio de las lenguas en varias e importantes facultades de teología, estos errores se habrían subsanado más rápida­ mente. b) Peligro de apartarse del sentido literal y terminar por descono­ cerlo, haciendo una exégesis piadosa pero no científica. Es verdad que desde el s. XIV la exégesis fue la hija pobre de la teología, y eran los cultores de la teología sistemática quienes tenían en sus manos la so­ lución de los problemas. No obstante, cuando ellos, o los exégetas, ha­ cían interpretaciones, estas eran absolutamente faltas de sentido crítico, repetían ideas antiguas o abusaban de una analogía vaga y de sentidos morales acomodaticios. En el campo católico la situación ha sido más grave que en el protestante, pero en todo caso podemos decir que has­ ta el siglo pasado no hay trazas de una exégesis «científica» que era el ideal baconiano (desde luego, acomodado a su concepto de ciencia, un poco burdo, pero no tan descaminado). c) Bacon también denunció el peligro de abandonar totalmente la teología bíblica cediendo el lugar a una teología sistemática comprome-

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